IGNACIO CAMACHO-ABC
- El viaje a Marrakech es un gesto de petulancia. Sánchez se siente ganador y alberga un desafiante ánimo de revancha
En un primer momento, el vídeo que apareció en mi ‘whatsapp’ se me antojó uno de esos montajes que los laboratorios de intoxicación masiva divulgan para ver si pica alguien. Por si acaso acudí a verificarlo en los medios convencionales, que siguen siendo la única manera de aclararse –y no siempre– en el universo de los bulos y las posverdades. Y sí, el hombre de la gorra y las gafas de sol en una plaza de Marrakech era Sánchez. Como en una paráfrasis del diálogo de Rick e Ilsa en ‘Casablanca’, de todos los zocos de todas las ciudades del mundo había tenido que ir precisamente a ése, justo al país que suscita más interrogantes –por no decir sospechas– sobre una política exterior salpicada de favores muy poco transparentes. Uno de esos gestos que se hacen adrede como señal de autoafirmación, de arrogancia, de desdén por los reproches, de desafío rebelde. Una especie de postureo jactancioso para marcar paquete.
Si alguien albergaba aún alguna duda sobre la interpretación del resultado electoral que efectúa el presidente, en ese ‘inocente’ viaje vacacional tiene la respuesta. Se siente ganador y dispuesto a pasar todas las facturas que le dicte su soberbia. Lleva las críticas y el «que te vote Txapote» clavados en el fondo de su alma y piensa tomarse la revancha con todas sus fuerzas. La visita al sultanato constituye por su simbolismo una exhibición de prepotencia sin haber armado la investidura siquiera. La demostración pública de que a partir de ahora proyecta hacer lo que le venga en gana a despecho de cualquier cortapisa formal o simple cortesía democrática. Contra las suspicacias, provocación; contra las protestas, petulancia; contra la petición de explicaciones, chulería personal y displicencia parlamentaria. Nada que justificar, nada que esclarecer, nada que excusar. ¿Hay desconfianza sobre el giro en el Sahara? Pues me planto de turista en Marruecos y meto todos los dedos de golpe en la llaga. Tomad sutileza diplomática.
Y esto es sólo el comienzo. Cuando tenga amarrados los votos en el Congreso, aunque se trate de una mayoría cogida por los pelos, veremos en toda su plenitud el apogeo del sanchismo 2.0. Fuera remordimientos: toda esa repulsa social no le merece más que desprecio. España es su latifundio, el predio que sobrevolará cada vez que saque el Falcon de paseo. Los escasos críticos del partido, condenados al silencio o al exilio político interno; la oposición, relegada al melancólico esfuerzo de dar voces en el desierto. Le quedan por someter los jueces, pero ya encontrará la ocasión y el modo de ir a por ellos. Si antes ya se veía como un líder plenipotenciario, por qué se va a cortar si los ciudadanos le consienten otro mandato. Que objetivamente es lo que ha pasado, o lo que con alta probabilidad pasará en cuanto los socios habituales le alquilen sus escaños y lo conviertan, de una vez por todas, en el puto amo.