Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
El pasado viernes, el BBVA abandonó el índice Stoxx-50, esa lista que acoge a lo más granado de la economía europea o, al menos, de la parte de ella que cotiza en Bolsa y de la que fue miembro desde su creación. Todo debido a que la acción del banco, que rondó en su día los 20 euros, ha caído casi a la décima parte y se arrastra hoy por los 2,40 euros. En consecuencia su capitalización, su valor en Bolsa, ha seguido el mismo camino. Ayer era importante, pero ya no lo es.
No es difícil de relatar lo sucedido a lo largo de ambos momentos, a pesar de que han sido muchas las causas de la debacle. Algunas tienen que ver con el entorno, y eso explica que la situación sea similar para la gran mayoría de sus congéneres. Como por ejemplo, la decisión tomada por los reguladores de evitar a toda costa la repetición de la crisis financiera desatada a partir de 2008 y que tantos sacrificios económicos, políticos y sociales impuso. De ahí que las exigencias de capital hayan sido crecientes y los márgenes de maniobra menguantes. Uno de esos sacrificios fue el establecimiento de una política monetaria anómala, por desconocida, que mantiene los tipos de interés en niveles casi inexistentes y que nos ha conducido a un mundo nuevo inundado de deuda y con el dinero a precio de saldo de liquidación. De liquidación no por derribo, sino precisamente para evitar el derribo de la economía y la quiebra de los Estados. Súmele también los numerosos años sumidos en una crisis que retrae las inversiones y sus necesidades de crédito, a la vez que incrementa la morosidad, y obtendrá un hábitat en el que ganar dinero haciendo banca es poco menos que una quimera.
Luego están los errores propios de gestión y estrategia del banco, que forman una lista muy larga. Todos los bancos se han equivocado en estas últimas décadas. En el BBVA la aventura china terminó de mala manera, la norteamericana costó un dineral que le ha obligado a dotar provisiones interminables. La esperanza turca se ha disuelto poco a poco. México ha sido el sostén de la cuenta de resultados, pero ahora tiembla. La apuesta tecnológica, el ‘leiv motiv’ del anterior presidente, consumió ingentes cantidades de dinero para obtener unos resultados muy magros.
En la esfera de la reputación, el banco se encuentra en medio de una tormenta jurídica de grandes dimensiones al estar imputados el propio banco, el anterior presidente y una decena de altos directivos en varios procesos penales de desagradable desarrollo y muy incierto desenlace.
Sin embargo, mientras el banco menguaba y el valor de la acción se destruía, el coste de su gobernanza -tanto del consejo como de los altos directivos- ha ido creciendo de manera ajena a la tormenta. Las remuneraciones de los que se han marchado han sido de una generosidad injustificada y las de los que se han quedado, inexplicables. ¿Por qué razón hay que pagar tan caro esa enorme destrucción de valor? Ni idea. Lo que está claro es que a lo largo de todo este tiempo, el banco ha tenido dirección, pero no ha tenido dueño. Los accionistas institucionales se han desentendido de todo y los particulares han caminado sumisos hacia el matadero, aprobando la gestión realizada y los emolumentos pagados, año tras año y con porcentajes elevados, con una mansedumbre franciscana, imposible de entender al carecer de justificación.
Ahora llega el ‘INRI’ final. Al menos, para los accionistas que disfrutan del ‘paraíso fiscal vasco’ y se ven obligados a pagar el Impuesto sobre el Patrimonio. Pensemos en un accionista que tuviera 1.000 euros en acciones BBVA al 31 de diciembre de 2019. Obviamente la cifra debería ser mayor para estar sujeto a dicho impuesto, pero multiplíquelo por lo que quiera y el ejemplo sirve; y también puede sustituir al banco por otras empresas con similares resultados. Ahora, su patrimonio se ha reducido a la mitad. Pero deberá pagar por 1.000 euros, pues el valor de los activos sujetos se calcula al 31 de diciembre anterior. Y, ¡colmo de la felicidad!, no va a recibir más dividendos en un buen rato. Es decir, es muy posible que para cumplir con Hacienda tenga que vender acciones por la mitad del valor sobre el que pagará el impuesto. Pues venga, a disfrutar.