IGNACIO CAMACHO-ABC

  • A Puigdemont no le conmueve su admisión retórica en el bloque de progreso. Cada quite al Gobierno va a tener su precio

Se extrañaba estos días Patxi López de que Junts no votara medidas ‘de progreso’ tras haber sido oficialmente recibido en el bloque progresista. Más o menos como aquel portugués del epigrama de Moratín, que se sorprendía de que hablasen en francés los niños en Francia, con el esfuerzo que a él le costaba. Patxi no es portugués sino vasco «de pìedra blindada», pero también le cuesta entender que los ‘puigdemones’ sean fieles a su idiosincrasia y, al igual que el escorpión de otra conocida fábula, terminen picando a la rana. Dicho de otra manera: que por mucho que Sánchez les haya dado la bienvenida a su tribu y les perdone sus delitos por necesidades de las circunstancias, unos carlistas no se vuelven progresistas de la noche a la mañana. Con ellos no funciona de momento la magia de cambiar la esencia de las cosas mediante simples juegos de palabras. En eso hay que admitirles una coherencia de la que carece el presidente: están en el Congreso para trabajar por la secesión catalana y les importan un comino los asuntos de España.

Los separatistas participan en la política nacional como quien acude al mercado negro, y en esa clase de comercio se cobra por adelantado. Ya han tragado con respaldar la investidura antes de que la amnistía pase su largo trámite parlamentario, y tal vez acaben arrepintiéndose de haberse fiado de un especialista en engaños. Pero una vez dado el paso no les queda otra que hacerse valer exhibiendo su capacidad de condicionar todo el mandato. En su ámbito sociológico, el éxito consiste en doblarle el pulso al Estado, a ser posible humillándolo para no quedar como un ‘botifler’ de tres al cuarto. Cada concesión del pacto ha de ser a cambio de privilegios inmediatos en los que además quede claro que el Gobierno ha torcido el brazo. Las etiquetas ideológicas les traen al pairo porque saben muy bien que ante su clientela sólo valen los resultados. Ya se encargan ellos de escribir su propio relato.

Por eso resulta ridícula la sorpresa que los portavoces monclovitas impostan con afectación ingenua. Un poco tarde para caer en la cuenta de que sus flamantes socios no son de izquierdas (en el supuesto de que las medidas de los decretos gubernamentales lo sean). «Es que no votan para la gente», se quejan, como si investir a Sánchez a cambio de la amnistía y de las negociaciones de Ginebra fuese una cuestión clave para el bienestar de la clase obrera. Y aún deben de dar las gracias los socialistas de que a última hora –y previa aceptación del blindaje de la impunidad y otras exigencias– llegase la consigna perdonavidas desde Bruselas: ni sí ni no, ni dentro ni fuera. Mensaje diáfano, para que hasta Patxi lo entienda: por esta vez pase por ser la primera pero la próxima te apañas como puedas si no atiendes lo que a nosotros nos interesa. Ni progresismo ni monsergas; cada uno se comporta como exige su naturaleza.