Ignacio Camacho-ABC
- Frente al hastío que provoca su matraca, el nacionalismo no se cansa nunca porque vive y crece a base de perseverancia
Muchos lectores, oyentes o espectadores de televisión tienden al hartazgo o al aburrimiento ante las noticias o comentarios sobre el problema político de Cataluña. Cambian de canal o pasan la página. (Está usted a tiempo de hacerlo con este artículo). Pero hubo una excepción, y grande, cuando la matraca del ‘procés’ desembocó en una insurrección institucional que puso en peligro la integridad del Estado. Entonces subieron de forma exponencial las audiencias y todo el país estuvo atento, con el alma en vilo, al desarrollo del conflicto. Sucede que había una relación de causa-efecto entre la acumulación cotidiana de presiones soberanistas y el estallido del desafío. Que aquellos días de zozobra fueron la consecuencia de muchos otros días de abusos inatendidos, de líneas rojas sobrepasadas, de pequeños pero continuos desafueros que suelen causar tedio, por reiterados, en el resto de España. Y que frente al hastío que provoca su tabarra, el nacionalismo no se cansa nunca porque vive y crece a base de perseverancia.
Así, el abierto desacato oficial a la sentencia sobre el castellano en la escuela constituye otra vuelta de tuerca, la enésima, a un envite chulesco que triunfará en la medida en que no encuentre respuesta. Y no la va a encontrar, primero porque el Gobierno no está dispuesto a contrariar a sus socios principales, y después porque la opinión pública ha rebasado su umbral de resistencia y ha perdido hasta la capacidad de indignarse. Tendrán que ser los padres -como si ellos no estuvieran más hartos que nadie- quienes emprendan otro camino de farragosos trámites para intentar que las autoridades catalanas se sometan al veredicto de los tribunales. Y estarán prácticamente solos en el empeño, tragándose la impotencia y la frustración por la impunidad de un nuevo acto de desobediencia flagrante y por lo fácil que les resulta a los separatistas atropellar derechos y recortar libertades. Más que fácil: gratis. Cortesía de Sánchez.
Y no pasará nada. Es decir, pasará que continuará intacto el modelo monolingüe de la enseñanza, la clave del proyecto de desanclaje a través de la construcción identitaria. Pasará que la ley volverá a quedar ignorada como si rigiera un estatuto de extraterritorialidad en las aulas. Pasará que el reconocimiento del carácter vehicular del castellano en el ámbito educativo seguirá en el limbo pese a que la inobservancia del marco jurídico es un supuesto nítido de aplicación del Artículo 155. Pasará que el constitucionalismo será derrotado otra vez en aras de un apaciguamiento ficticio. Pasará que el Ejecutivo sanchista se pondrá de perfil y dejará que se apague el escaso ruido que aún suscita el descaro nacionalista en unos pocos medios críticos. Y pasará que el Estado habrá perdido otra ocasión de hacerse presente en el vacío legal donde se incuba el próximo, quizá definitivo, asalto del secesionismo.