Pedro García Cuartango-ABC

  • Deberíamos aprender esta lección y no confiar en regímenes despóticos y corruptos para defender los valores de Occidente

El ex primer ministro británico Tony Blair calificaba en un reciente artículo la retirada de Afganistán de ‘extremadamente imbécil’. Aunque sus palabras suenan muy fuertes, comparto su tesis porque las consecuencias de la decisión de Biden van a ser nefastas.

En primer lugar, por el drama humanitario al que estamos asistiendo. Cientos de miles de personas quieren huir del país para evitar el yugo talibán. Pero hay, en segundo término, otra consecuencia más intangible pero igualmente inquietante: la expansión del islamismo radical por todo el mundo gracias a este triunfo de su causa y la derrota de Occidente en aquellas tierras.

Los talibanes se han convertido en una referencia para los movimientos yihadistas que pululan por Asia y África, que ven reforzada su lucha y que saben ahora que es posible conquistar el poder o condicionarlo. Conviene recordar que, pese a la derrota de Daesh hace varios años, el yihadismo sigue operando en territorios como Pakistán, Yemen, Siria, Nigeria, Mozambique, Malí y Somalia, entre otros. No hay mayor incentivo para estos combatientes que lo sucedido en Afganistán.

Es cierto que todos estos movimientos son diferentes y que hay importantes matices que los separan, al igual que es verdad que el llamado Ejército Islámico de Jorásan, autor de los últimos atentados en Kabul, está desvinculado de los talibanes. Pero todos comparten el mismo objetivo: la implantación de las leyes islámicas para crear un Estado teocrático, donde la mujer esté supeditada al hombre, donde no se respeten los derechos humanos y donde la justicia se fundamente en la religión.

La pregunta esencial es por qué los 20 años de ocupación no han servido para nada y los talibanes han podido hacerse con el control total del país en unas pocas semanas. Esto obedece a diversas causas, pero parece claro que la corrupción y el descrédito del régimen implantado por la OTAN tiene mucho que ver con el derrumbe.

No hay una estrategia de Europa y Estados Unidos para frenar el yihadismo. Cuando lo creíamos derrotado hace poco tiempo, resurge con fuerza en una docena de países. Y se convierte en una verdadera alternativa de poder. Esto es lo preocupante y lo que ha puesto en evidencia la improvisada y chapucera retirada de las últimas tropas estadounidenses.

Los 80.000 millones de dólares gastados para crear un Ejército en Afganistán no han servido para nada. Deberíamos aprender esta lección y no confiar en regímenes despóticos y corruptos para defender los valores de Occidente, que no pueden ser impuestos por la fuerza, aunque a veces ésta sea necesaria en legitima defensa. En última instancia, la estrategia de Bush tras los atentados de las Torres Gemelas ha concluido con un gran fiasco, lo que obliga a repensar las políticas para combatir el yihadismo.