Juan Carlos Girauta-ABC

  • «Culpen a nuestro país, no a Europa, si esta vez la recuperación no llega, la crisis se enquista, el crecimiento no alcanza y el paro se empecina en su erección gráfica. El club europeo es una asociación que no funciona sin la voluntad y la energía que le confieren las soberanías de los Estados»

Por muchas razones, Europa no tiene un Ejército propio. La principal es que no quiere. Ello no significa que no se vaya a seguir barajando el objetivo, más o menos matizado, en el discurso de la UE, trufado de reservas mentales. Mientras estuvo el Reino Unido, existió al menos alguien a quien echarle la culpa, alguien a quien hacer responsable no solo de los obstáculos con que iba a encontrarse la Defensa común, sino de cualquier limitación a la dinámica de armonización e integración. Tendencia fructífera, por cierto, aunque nada debe al discurso europeo, impotente en su grandilocuencia, y todo a la coincidente voluntad soberana de los Estados, con sus periódicas y benéficas negociaciones y cesiones.

Cierto es que sin la inspiración de los padres fundadores, que no fueron grandilocuentes sino grandes, Europa no habría contado con su motor invisible, con una fuerza moral para avanzar hasta una situación como la actual. Nada desdeñable: la moneda única de la mayoría de los miembros del club ha permitido a países como España acogerse a políticas monetarias capaces de diluir en un océano de confianza las peores expectativas ante una crisis brutal como la de 2008. Sin despreciar las críticas más técnicas de sus detractores -que se resumen en pan para hoy y hambre para mañana-, es innegable que dichas políticas constituyen hoy una esperanza muy mayoritaria frente a las consecuencias económicas de la pandemia. Y sí, está por ver que esta vez la esperanza se traduzca en una recuperación rápida.

Sánchez ha intuido que, ahora mismo, con la derrota de EE.UU. y la OTAN, la mejor forma de aparentar que uno está en el meollo y en lo que se cuece es invocar la Defensa europea. A nadie ahí fuera se le da un ardite su opinión sobre la defensa de Occidente, pero él habla hacia dentro, así que no mezclemos debates genuinos con ideítas de asesores de imagen. Los muy fundados temores asociados al reparto de los fondos europeos, por ejemplo, son ajenos a la UE. Vienen de la desconfianza en el rigor y la neutralidad de nuestras autoridades nacionales. Es la falta de credibilidad del sanchismo la que nos pone la mosca detrás de la oreja, la que nos tiene esperando a ver quién recibe el dinerito fresco, en qué condiciones y a cambio de qué. Si dudamos es por la vocación autocrática del sanchismo, por su tendencia a formar redes clientelares, por su inclinación al amiguismo y a la opacidad.

El Gobierno español es un mosaico de incapaces cuyo pegamento es la renuncia como única política de Estado. Una renuncia a las bases fundacionales del sistema. Una renuncia capaz de deslegitimar ahora y desmontar después la unidad territorial y el imperio de la ley, la independencia judicial y la libertad de expresión. ¿Recuerdan aquella rueda de prensa donde un uniformado de altísimo rango comunicaba la persecución de los críticos con la política gubernamental? Dime qué cabe esperar de un Gobierno que se aviene a una ‘mesa’ paralela a los Parlamentos para negociarlo todo, sin excepciones, con los secesionistas. Empezando por las principales fijaciones de los desleales: autodeterminación y amnistía. En algunas zonas de España va a ser difícil conciliar el sueño porque el Gobierno se ha declarado dispuesto a extender su política de renuncia a las relaciones con Marruecos. También lo va a negociar todo, sin líneas rojas. Prepárense Canarias, Ceuta y Melilla. Como guinda, tal disposición se comunica cuando Marruecos y Argelia, nuestro gran proveedor de gas, rompen relaciones.

Entre el montón de valores que el sanchismo ha borrado, la neutralidad en la contratación, la transparencia, y el control del Ejecutivo por otros poderes y órganos fueron los primeros en caer. Desde la cesta de su globo, Sánchez arroja como lastre un tesoro. Aquí no se trata de España ni de la democracia, sino de que él siga volando y gozando de La Mareta unos cuantos veranos más. Doce mejor que ocho y dieciséis mejor que doce, pues el personaje otra cosa no tendrá, pero autoconfianza infundada le sobra. Ese plan que destruye lo común y construye una dictadura constitucional no sería viable si no tuviera pillados por los fondos a una colección de ejecutivos de empresas cotizadas que no ven más allá de pasado mañana y no piensan más allá de su remuneración. El plan tampoco prosperaría sin una burbuja mediática dispuesta a guardar silencio como norma y a tergiversar lo que se tercie a golpe de argumentario.

Culpen a nuestro país, no a Europa, si esta vez la recuperación no llega, la crisis se enquista, el crecimiento no alcanza y el paro se empecina en su erección gráfica. El club europeo es una asociación que no funciona sin la voluntad y la energía que le confieren las soberanías de los Estados. La disfuncionalidad es aparente. O considérenlo una paradoja operativa. Mandan y mandarán los presidentes y primeros ministros, el Consejo Europeo. La narrativa bruselense nunca abandona lo anímico: ‘deeply concerned’. Preocupadísimos ante las tragedias y las amenazas, pero congelados e inermes cuando hay que solucionar los problemas de verdad. O sea, encajan como anillo al dedo en el imperio de la idiotez, del relativismo cultural, moral y cognitivo. No podría ser de otro modo cuando ese entramado de funcionarios y políticos en adobo ha contribuido decisivamente a alejar a los ciudadanos europeos de la realidad. Ahí están sus mantras calmantes y su enfermiza insistencia en verbos fláccidos como promover, fomentar y concienciar. Así que viva la UE, sí, pero la UE de las soberanías en permanente negociación. Y no: por ahí no llegará ningún Ejército europeo.