EL MUNDO 10/09/13
CARLOS CUESTA
Veintiocho mil millones de euros. Ése es el importe de las ayudas entregadas hasta el momento a la Generalitat catalana para evitar la quiebra del territorio que gobierna. ¿Cuál ha sido el resultado? Un agravamiento de la tensión separatista. ¿Por qué? Porque el oxígeno financiero logrado por ese mismo político que vuelve a reunirse estos días con el presidente Rajoy para exigir más ayuda ha sido utilizado para eludir los recortes en su gran fábrica de independentistas.
¿Es esto una opinión o un hecho? Permítanme, sin más, recordar algunas de las partidas incluidas en los presupuestos catalanes de 2012: 1.742 millones de euros en subvenciones de todo tipo, donde, por supuesto, tiene cabida el apoyo a la divulgación de los mantras preferidos por el señor Mas, el respaldo a agrupaciones independentistas, o el pago a unos sindicatos que defienden el derecho a decidir; 26,9 millones para el programa de Acción Exterior, es decir, para desarrollar la tupida red de embajadas catalanas; 249,4 millones para una televisión pública centrada en la implantación de los nuevos valores de CiU; 28,1 millones para una radio pública de idéntico cometido; 6,1 millones para un Consejo Audiovisual (CAC) especializado en la búsqueda de emisoras incómodas; 26,5 millones para costear 22 centros de normalización lingüística con 350 consejeros, de los que dependen, a su vez, 143 centros de actividades; más toda una incalculable maraña de gastos centrados en la creación de una estructura administrativa capaz de sustituir a los organismos nacionales en el momento preciso: 67 direcciones generales; 192 subdirecciones; 3.555 cargos de apoyo; 623 puestos destinados a los organismos superiores de la Administración, o 2.000 personas ubicadas en 118 consejos asesores.
Todo ello, sin contar los 176.093 funcionarios desplegados por la Generalitat a lo largo y ancho de su Administración paralela o el interminable listado de puestos en las más de 400 sociedades, organismos, consorcios, fundaciones o instituciones sin ánimo de lucro.
Y permítanme ahora que les recuerde que los presupuestos de 2013 no son sino la prórroga de esas partidas. Unas partidas pensadas para que cada día que pase el apoyo popular a una consulta de ruptura con España sea mayor. Ya sea en 2014, 16 o incluso después.
Por eso a Mas no le importa alargar los plazos. Porque, para él, el tiempo es sinónimo de asistencia económica y de auge del independentismo. Y por eso, precisamente, debe el Gobierno plantearse sin demora alguna la cuestión más acuciante de todas: ¿es conveniente seguir criando cuervos?