Juan Carlos Girauta-ABC

  • «No sé si es más nocivo meterles una cuña de propaganda cruda a los niños en una herramienta docente que debería ser sagrada -insuflando odio a través de la misma técnica que practica la escuela catalana desde hace décadas, con los resultados de convivencia social conocidos-, o volverlos idiotas con unas ‘Matemáticas no sexistas’»

LA editorial de libros de texto Santillana, estrella de un sector con mercado asegurado, les enseña a los niños que Vox, un partido fundado hace ocho años, es heredero del nazismo. Si estuviera dispuesto a darle un céntimo a la empresa fundada por Polanco en 1958, con cuyos libros ya estudiaba yo en los sesenta y primeros setenta (no los recuerdo muy antifranquistas), buscaría lo que cuenta a los infantes sobre el PSOE. Ahí no hay que especular con herencias porque son las mismas siglas.

Las siglas de los organizadores de la revolución armada del 34. «Me declaro culpable ante mi conciencia, ante el Partido Socialista y ante España entera, de mi participación en el movimiento revolucionario de Octubre. Lo declaro como culpa, como pecado, no como gloria», escribirá Indalecio Prieto en en exilio.

Las siglas de los asesinos de Calvo Sotelo. Las del ‘Lenin español’, Francisco Largo Caballero. Las de Negrín con su secretario ruso. El mismo Negrín que intentó engañar a Azaña, sin éxito, para que pusiera a nombre de una sociedad anónima todos los bienes de España sitos en el extranjero. Es cierto que el partido lo expulsó en los cuarenta, pero no lo es menos que Zapatero lo rehabilitó. Las siglas, sigo, del expolio del Vita y la rebatiña en México. Las que habían proclamado: «El congreso [XI Congreso del PSOE] saluda con entusiasmo a la revolución rusa, viendo en ella el triunfo del espíritu revolucionario del proletariado, que ha de transformar el mundo implantando el régimen socialista». Las siglas de las checas de Agapito García Atadell (la siniestra ‘Brigada del Amanecer’), de Ángel Galarza, de la Agrupación Socialista Madrileña y otras diecinueve checas más solo en la capital de España.

No sé si cuenta Santillana de quién es heredero (de verdad) Pedro Sánchez. Aunque tengo para mí que los beneficiarios de ese chollo editorial con mercado cautivo y enorme prefieren no tocar las narices al poder político. En España la verdad ha dejado de importar, pero en un entorno donde ésta se respetara mínimamente, los libros escolares contarían la historia de tan importante partido. O no mencionarían a partidos existentes para no incurrir en propaganda política; para que nadie pudiera reprochar a las Santillana de turno esta rara hemiplejia que cambia de lado según el color de la autocracia de turno.

No sé si es más nocivo meterles una cuña de propaganda cruda a los niños en una herramienta docente que debería ser sagrada -insuflando odio a través de la misma técnica que practica la escuela catalana desde hace décadas, con los resultados de convivencia social conocidos-, o volverlos idiotas con unas ‘Matemáticas no sexistas’. Así, la vía escogida por la editorial Tu Libro para complacer los requisitos del delirante decreto de la ministra Pilar Alegría es perpetrar un texto donde aparecen en negrita los artículos femeninos: la suma, la resta, las derivadas, etc. Es decir: para tratar de cumplir unas exigencias imposibles, autores y editoriales a los que se les supone autoridad académica suficiente para formar a sus hijos optan por confundir para siempre en sus cabecitas el género gramatical con el sexo. Para siempre salvo que sea usted lo bastante adinerado, lo bastante ahorrador o lo bastante sacrificado como para procurar a sus vástagos la desprogramación de lo infundido por la secta ‘woke’, y dotarles de una educación real.

En efecto, sobre usted recae, si tiene hijos en edad escolar, no solo su educación (que es lo suyo pese a las apropiaciones semánticas indebidas), sino también su formación. Y eso es algo que en las naciones serias depende del Estado. Si no desprograma a sus hijos, si no les explica por sí o a través de formadores alternativos que lo aprendido en clase les condena a la mediocridad, al sentimentalismo, al victimismo y a un seudopensamiento de consignas, difícilmente harán algo de provecho en la vida. Por mucho que valgan.

Hay otra posibilidad, pero se parece a que te toque la lotería: la suerte puede asignarles maestros y profesores con la capacidad y el coraje de formar a los alumnos en contra de las directrices del ministerio, a pesar de los vehículos de propaganda que llaman libros de texto, a despecho de la tendencia general, que es la de mantener a sus hijos el mayor tiempo posible dentro de una burbuja. Un maestro decente y responsable (que en realidad no debería faltar dado el peso de lo vocacional en la profesión) no permite que sus alumnos sean arrojados al mundo real, acabada su instrucción, sin herramientas intelectuales, sin bagaje cultural, embutidos de prejuicios. Convencidos de que competir es algo perverso, cuando van a tener que hacerlo desde el primer día. Con una bajísima tolerancia a la frustración porque les han evitado las repeticiones, los suspensos, las correcciones en bolígrafo rojo para no traumatizarlos. Les han enseñado un fútbol donde no cuentan los goles.

Los han mantenido en una atmósfera que solo existe como experimento. De ahí saldrán de golpe un buen día a la realidad y solo podrán juzgar como injusticia las exigencias de una carrera difícil, las renuncias a las que siempre obliga destacar en algo, la exigencia de posponer las recompensas. Entonces deplorarán el concepto de mérito, el concepto de triunfo. Mientras lloriquean, fuera de la burbuja se seguirá premiando el mérito y aplaudiendo el triunfo. Usted quiere lo mejor para sus hijos, ¿no? Lo último que desea es dejar tras de sí a quejumbrosos ‘good for nothing’. Por eso debe desintoxicarlos y proveerles de verdades mientras dura el sanchismo. Y exigir una revolución educativa cuando este acabe.