Fácticos

ABC 16/08/16
IGNACIO CAMACHO

· Hay que tener la piel muy fina, o muchas ganas de sobreactuar, para sentirse intimidado por esas picaduras de mosquito

YA hubiesen querido los próceres de la Transición tener unos «poderes fácticos» como esos que dice Pedro Sánchez que le andan presionando. En aquel tiempo el poder fáctico era un eufemismo para mentar al Ejército, porque de la banca lo único que cabía temer era que pusiese dinero para financiar un golpe de Estado. Militar por supuesto. Que se acabó produciendo, por fortuna de forma bastante chapucera, después de que Suárez dimitiese para evitarlo. Presión, lo que se dice presión, era gobernar con una ETA que causaba cien muertos al año, la mayor parte miembros de las fuerzas armadas y de orden público, y una milicia encabronada por la sangría. Los supuestos poderes en la sombra actuales no son más que un grupo de empresarios que se quejan, más bien con amargura e impotencia, de que no haya Gobierno al que pedirle contratos.

Eso no asusta a nadie. Hasta el pachorro Rajoy les aguantó el pulso cuando le insistían para que solicitara el rescate. Si acaso han podido influir en el cambio de criterio de Rivera por la sencilla razón de que tal vez algunos tuviesen algo que ver en el rápido desarrollo estructural de Ciudadanos. Pero nada ha de temer quien nada debe, sobre todo quien no debe dinero. En la legislatura fallida hubo ciertos miembros del Consejo de la Competitividad, lo más parecido que queda a un lobby industrial y financiero, que apostaron abiertamente por el pacto PSOE-C´s y llegaron a sugerir al PP que se abstuviese. Como era invierno, el gallego al que querían jubilar se asomaba a la ventana a oír el repiqueteo de la lluvia en los cristales. Con el Ejército en los cuarteles, y sin un céntimo ni para gasolina, la democracia puede echarse la siesta, que es lo que está haciendo Sánchez en Almería, y descolgar el teléfono.

Otra cosa es la opinión pública, que se hace oír en los medios, pero tampoco es un clamor ensordecedor que digamos. «El País», veterano prescriptor socialdemócrata, se desgañita en vano y con sensatos argumentos contra un líder con los oídos tapados. La dirección socialista, en cuya Ejecutiva se cuentan con los dedos de una oreja los que podrían ganarse la vida por su cuenta, se pasa por el arco de metales los consejos y admoniciones de Felipe González y sus antiguos ministros. Eso es lo más parecido a una presión con auctoritas moral, y maldito caso que le hacen. Quedan los barones y la baronesa, cuya coacción no avanza por el momento de las conspiraciones de café, los susurros en voz baja y los pellizquitos de monja. Hay que tener la piel muy fina para sentirse intimidado por esas picaduras de mosquito. O muchas ganas de sobreactuar, que es lo que le sucede a este Sánchez con ese victimismo impostado como de niño al que le quieren quitar el aro. En España ya no hay cocos, ni fácticos ni teóricos, que se quieran comer crudos a los demócratas. Y a la política, como dice Rivera, hay que venir de casa llorado.