Juan Carlos Girauta-ABC

  • En la lista de lo reprochable al autócrata, lo del Falcon figura después de otros asuntos más grave

Me cuesta creer que Sánchez se invente trámites, como la vacía declaración institucional de ayer en Barcelona, para poder pillar el Falcon, su juguete favorito, sin que se lo afeen. Primero, porque esa compulsión por apurar el goce privado de lo público, vicio hortera donde los haya, no le acarrea más consecuencias: se lo afean y ya. Conociéndole, no creo que le quite el sueño. Además, en la lista de lo reprochable al autócrata, lo del Falcon figura después de otros asuntos más graves. Los tendrán ustedes en la cabeza. Algo falla. Meditaré.

Ya he meditado, y bien pudiera ser que lo que falle sea mi lógica. ¿Me engaño al creer que su alianza con Bildu y con los golpistas catalanes tendrá un coste electoral? ¿Y consentir los desacatos con regodeo, caso del castellano como lengua vehicular un ratito al día? Tales tropelías corroen el sistema más que el capricho del avión, lo mismo que los decretos inconstitucionales. O los linchamientos que montan sus socios de gobierno sobre los jueces que les incomodan. O el amordazamiento efectivo del Rey y el intento de amordazamiento del Parlamento. Esas cosillas. Pero, como decía, no es imposible que el noble pueblo español trague con todo lo anterior -que mina nuestra democracia- mientras se sulfura por el abuso de la aeronave.

Si fuera el caso, Sánchez se lo habrá olido. Para otra cosa no, pero para detectar las querencias de la masa sí vale el hombre. Lo demostró cuando llamó en directo al rey de la telebasura, intuyendo, con razón, que ahí se refocila el grueso del electorado. De hecho, la elección de sus apariciones públicas es una prueba de ese olfato. Son las exhibiciones obligadas -en un desfile militar, por ejemplo- las que le salen mal por los pitos y abucheos.

O sea que sí, que seguramente se invente trámites oficiales para volar a gusto. Entre el principio de esta columna y la presente frase he comprendido la verdad. Admito que para ser Sánchez y llegar a presidente, para ser Sánchez y mantenerse en la presidencia, para ser Sánchez y seguir por encima de los cien escaños en intención de voto hay que tener un termómetro metido en las muchedumbres. Un termómetro, un barómetro, un anemómetro y hasta un contador Geiger. Dotado de tanto instrumental intuitivo, de un sexto sentido reservado a ‘trend hunters’ y a líderes populistas, va Sánchez consolidando la oclocracia española. Un régimen de facto que será compatible o no con la monarquía parlamentaria, dependiendo de las conveniencias del líder y de la coyuntural fuerza de asilvestrados socios que siempre le flanquearán.

Mientras olfatea y sigue el rastro de la masa antojadiza a fin de no bajar de cien escaños, suficientes para seguir falconeando y taconeando sobre la Constitución, ilustrados ilusos continúan confiando en que el pueblo soberano tendrá por fuerza un máximo de mentiras admisibles. Y un tope en las tragaderas, por grandes que sean. Pero no.