Kepa Aulestia-El Correo
El presidente Pedro Sánchez decidió no presentar su balance del año al término del Consejo de Ministros de ayer. La ministra portavoz, Isabel Celaá, lo explicó porque el Gobierno está en funciones. Como si Sánchez no se hubiese prodigado en hacer uso de su condición presidencial en actos más controvertidos que una comparecencia de final de 2019. Los ‘manuales’ de comunicación advierten de que el líder ha de mostrarse en público sólo para dar buenas noticias.
Probablemente esa sea la causa de la incomparecencia de Sánchez. Se hubiese visto obligado a reiterar deseos y propósitos, cuando no acaba de sumar los apoyos precisos para su investidura. Las preguntas sin respuesta posible hubieran acaparado la rueda de prensa. Y cada palabra del presidente habría generado polémica en varias direcciones. Pero cabe pensar que, junto a todo eso, el gesto del presidente refleja cierta dosis de hastío y de desdén hacia quienes no acaban de asumir que, a la luz del 10-N, sólo él puede aspirar a La Moncloa. Como si con su silencio de ayer anunciase que no volverá a hablar mientras no tenga garantizada la investidura.
El secretario general de Podemos-Euskadi, Lander Martínez, presentó la abstención de ocho de los parlamentarios de su grupo en la Cámara vasca que facilitaron la aprobación de los Presupuestos del Gobierno Urkullu como expresión de lo posible. «En política las ideas se miden por su capacidad de llevarlas a cabo», declaró. Si el trámite parlamentario hubiese sido sometido a consulta popular, una amplísima mayoría hubiera optado por nuevas cuentas para 2020 frente a la prórroga de las anteriores. Pero la abstención de Podemos y Equo y el voto contrario de ‘Elkarrekin’ no despierta especial entusiasmo para la mayoría que procuran en Madrid. Menos cuando el otro socio de gobierno, el PSE, ha quedado fuera de foco en un logro que despeja ni menos ni más que el final de la legislatura vasca.
El paso de los días erosiona el ímpetu inicial de cualquier proyecto político. Sánchez e Iglesias se adelantaron a las resistencias que preveían con su acuerdo de partida. Pero debían saber que todo se les pondría cuesta arriba. La negociación lleva a sus actores a creerse capaces de conseguir que el interlocutor se transforme mediante el trueque. Pero las posibilidades de coincidencia entre el PSOE y ERC son tan inciertas y, en el mejor de los casos, darían lugar a un equilibrio tan inestable, que están a merced de infinidad de decisiones fuera de su control.