Manuel Montero-El Correo

 

La capacidad fabuladora no tiene límites, pero convendría algún pudor al difundir algunas supercherías. Asegura Otegi que en la sociedad vasca se han impuesto los valores por los que ha luchado la izquierda abertzale durante cuarenta años. Sorprenden los valores que, en este discurso, caracterizaron a HB y sucesores. Cita la soberanía, que así llama ahora a la independencia, pero también se atribuye la ecología, el feminismo, la igualdad social…

Así que están en la onda, pues, en su concepto, son los valores que defienden los movimientos emergentes, seguramente al modo batasuno. Menos mal que ya estaban ellos, más o menos desde siempre, sosteniendo las banderas del progreso: eso se deduce del dictamen. Unos adelantados.

Ni en tiempos de la posverdad cabe semejante trola, que resulta una impostura impúdica. ¿Lo suyo era defender el medio ambiente y el feminismo? Pronto se adjudicarán el pacifismo -están a un paso, si no lo han hecho ya- y ETA se convertirá en una especie de cascos azules dedicados a repartir escapularios de la paz.

Los valores que durante cuatro décadas defendió la izquierda abertzale fueron más bien antivalores: sectarismo, desprecio a la vida, intolerancia, etnicismo subyacente, apología de la violencia, acoso a la democracia, persecución de la libertad… En un pasado no muy lejano han ensalzado al terrorista, jaleado atentados, reído las pintadas con dianas amenazantes y difundido las listas negras que en las distintas localidades creaban apartamientos sociales lacerantes, «algo habrá hecho». No les cabe atribuirse pasados paradisíacos trufados de buenísimas intenciones. Simplemente, porque no fue así.

«El lenguaje político tiene como objetivo hacer que las mentiras suenen verdaderas» (Orwell), pero esto ya es pasarse. Resulta imposible reconocer los antivalores que defendieron violentamente -con los que no han roto– en esa imagen idílica de buenos chicos con ensoñaciones bondadosas y creencias universales. El talde quemando autobuses o la comparsa enalteciendo fotografías de terroristas están en las antípodas del ecologismo y demás principios que dicen ahora mantenían.

¿Cabe sustituir la autocrítica por esta especie de autoblanqueamiento? Tal y como están las cosas, cuando estamos viendo cosas inimaginables -incluyendo en las esferas gubernamentales el revisionismo respecto a los herederos del terror-, podría ser que el cambalache colara, pero una superchería siempre será una superchería, la sostenga Agamenón o su porquero. Un futuro basado en una falsedad dará en farsa.

Quizás un mensaje tan extravagante tenga como única finalidad mantener la moral de sus bases, a las que, de ser así, el superlíder considera desmemoriadas, crédulas y dispuestas a tragarse cualquier filfa, pues las cree capaces de asumir esta mandanga. De lo del ecologismo, mejor callar: no puede tenerse por tal el apoyo a matar por causas presuntamente ecológicas. ¿Feminismo? Se referirá a los grupos que con tal advocación crearon para completar sus encuadramientos, cuya finalidad, como en otros casos, fue instrumentalizar en función de la «liberación nacional». Desde la objeción de conciencia hasta aquí, esta gente ha querido apropiarse de los distintos movimientos sociales, con el consabido efecto de descomponerlos. Ahora les toca a los pensionistas, ya veremos si resisten.

Como analista, el dirigente abertzale es repetitivo. Su diagnóstico no ha cambiado en los veintitantos años que lleva en el machito: siempre encuentra imparables avances de los suyos. Detecta ahora que los valores de la izquierda abertzale se han convertido en los de la sociedad vasca. Será un éxito metafísico, pues la propagación de principios quiméricos se mueve forzosamente en el terreno místico. Basta que la izquierda abertzale promueva algo para que salga bien, de victoria en victoria: esa es la idea. Así, el fiasco que fue la huelga del 30 de enero no resultó tal, sino un resultado «muy positivo». ¿La razón? «En las cuatro capitales de Hego Euskal Herria» 150.000 personas se manifestaron por un nuevo modelo social. Suena a un caricaturista haciendo chistes. La capacidad movilizadora por objetivos de este tipo en tiempos solía ser mucho mayor. No se sostiene que los vascos vayan cambiando al gusto de Bildu.

Además de la incapacidad de autocrítica que desprende este discurso, impresiona su simplismo, la reducción del mensaje a cuatro mantras rudimentarios. El mundo de las ideologías se va degradando.

Pese a su evanescencia, este discurso narcisista adquiere hoy alguna relevancia, por el nuevo papel que juega Bildu, convertido en uno de los ejes de los que depende el Gobierno. Quizás elementos tan precarios acaben iluminando (u oscureciendo) una nueva época. Algo de esto sugiere Otegi, que pone nota al Gobierno, le dicta exigencias y anuncia que, tras el acercamiento de los presos, en la siguiente fase tocará su liberación. Se deduce que, como ahora no va para lehendakari, se dedicará a los asuntos de Estado, pues «el independentismo de izquierdas no sólo tiene vocación de gobierno sino vocación de Estado»: ya no es como cuando su vocación consistía en la limpieza identitaria; o sí, pero por otra vía.

El estadista en ciernes ya ha liquidado el pasado tenebroso, sustituyéndolo por una imaginería naif de barniz progresista. De paso, los criterios éticos han desaparecido.

No vamos por el buen camino, pero vamos por ese camino.