Cristian Campos-El Español

Es difícil comprender la lógica legislativa del Gobierno de PSOE y Podemos. Si es que existe lógica alguna que vaya un centímetro más allá del rencor contra ese 50% de españoles culpables del delito de no votar a la izquierda.

Anda ahora el Gobierno enfrascado fabricando una ley que castigará delitos ya sancionados por el Código Penal y bautizándola con el nombre de un pianista británico. Como si los abusos de los que fue víctima este hombre hubieran sido impunes en España hasta la llegada de PSOE y Podemos al poder. Pan con pan, merienda de tontos, y legislar sobre lo ya legislado, propaganda electoral fuera de temporada.

Lo sospechoso es, precisamente, el hecho de que la ley sea tan innecesaria. Porque si de lo que se trata es de retocar los protocolos policiales y judiciales, quizá no hace falta añadir una ley más al pantagruélico vademécum español de leyes redundantes para conseguir lo que podría conseguirse con un simple reglamento, o con una orden de comisión delegada, o con una orden ministerial.

Hacen bien, en fin, en escamarse los que asocian la ley Rhodes con el ya famoso «los niños no le pertenecen a sus padres» de la ministra Isabel Celaá. Porque es dudoso que los niños españoles vayan a vivir con la futura ley más seguros de lo que viven hoy en día. Pero pueden apostar lo que quieran a que la patria potestad de los padres disminuirá en la misma medida en la que aumentará la potestad del Estado sobre sus hijos.

Una segunda opción es legislar para fenómenos irrelevantes como el del franquismo sociológico. Algo que sólo tiene sentido si pretendes enchironar a cuatro docenas de jubilados –es dudoso que queden muchos más a día de hoy en España– por cantar el Cara al sol en público.

Quizá lo inteligente en este caso sería dejar que la ley de la vida haga su trabajo, pero quién soy yo para molestar ofreciendo una solución a un problema inexistente cuando el Gobierno está ocupado creando un problema para una solución existente.

Aquí el interés estará en ver cómo se torea el Gobierno el derecho a la libertad de expresión. Pero, sobre todo, en cómo evitan PSOE y Podemos que esa bomba lapa acabe estallando en las manos de sus artificieros.

Es decir, de esos altos cargos del Gobierno que han posado con el escudo de regímenes que ametrallaban por la espalda a las familias que intentaban escapar de sus garras. Que se han confesado comunistas, una ideología que ha multiplicado por cinco los crímenes del nazismo. Que califican de «belleza» a una dictadura que ha asesinado y torturado a decenas de miles de cubanos. O que mantienen vínculos, y no sólo ideológicos, con narcodictaduras como la venezolana.

Veremos cómo se las arregla el Gobierno, en fin, para que una ley así no acabe con decenas de altos cargos de Podemos, incluidos varios ministros e incluso algún expresidente, en prisión.

Una tercera alternativa consiste en pedir reformas legislativas que consagren aquello que está vigente desde hace cuarenta años. Como cuando Carmen Calvo, una de las pocas catedráticas españolas de Derecho Constitucional que no se ha leído la Constitución, exigió que se incluyera a las mujeres en la Carta Magna, quizá incapaz de distinguir el sexo, una realidad biológica, de los géneros gramaticales, una característica lingüística arbitraria.

La cuarta opción consiste en retocar lo que el mismo socialismo retocó hace tiempo para volver a lo que en algún momento ellos consideraron intolerable y que ahora es de nuevo progresista. Como esa reforma de los delitos de libertad sexual que pretende que estos vuelvan a ser calificados tal y como lo eran antes de que el socialismo reformara esa calificación en 1995.

Ahora, en 2020, lo machista será oponerse a calificar esos delitos como lo hacían los supuestos machistas de los años setenta y ochenta. Lo bueno de las modas es que si te quedas quieto y esperas lo suficiente, Pedro Sánchez acabará pasando por delante tuyo. ¿Eras un machista redomado en 1995, pura caspa reaccionaria, gañán de vaso de tubo, codo en barra y piropo carajillero? Ahora eres aliade y tienes el sello de aprobación sanchista.

En realidad, el Gobierno es coherente en su incoherencia. El Pedro Sánchez de noviembre de 2019 sería calificado de fascista por el Pedro Sánchez de febrero de 2020. Y el Pedro Sánchez de 2020 sería considerado ultraderechista por el de 2019. Probablemente ni él mismo sepa si el Pedro de mañana verá con buenos ojos al de hoy. A veces me pregunto cómo serán los Pedro Sánchez de universos paralelos si los del mío ya son un multiverso en sí mismo.

La quinta vía del Gobierno consiste en devolver a los españoles a 1940 afirmando que lo progresista a día de hoy en lo relativo a prostitución, pornografía, moral sexual, juegos de azar o gestación subrogada es exactamente lo mismo que la Sección Femenina franquista de los años cuarenta consideraba ajustado a las enseñanzas de santa Teresa de Jesús, esa feminista avant la lettre.

Ahora que el feminismo socialista defiende el burka, el chador y el hiyab, ya podemos decir que el círculo se ha cerrado definitivamente. Quién les iba a decir que El cuento de la criada siempre fueron, en realidad, ellos. Como en El planeta de los simios, acabarán lloriqueando en una playa frente a un monumento al Satifyer construido por ellos mismos en el pasado.

De la sexta opción, es decir de la flagrante inconstitucionalidad de leyes como la de violencia de género, para qué hablar si el Tribunal Constitucional ya dejó claro que la discriminación por motivo de sexo no discrimina por motivo de sexo.

Digamos que este tipo de leyes son el peaje que los españoles debemos pagar para que el socialismo ejecute su venganza particular contra sus propias fantasías infantiles y científicamente imparodiables, por grotescas. Como la del heteropatriarcado, ese monstruo del lago Ness de la sociología que ningún adulto podría tomarse en serio antes de las 5:30 de la madrugada.

Acabo. Esto no son leyes, son impuestos ideológicos al librepensamiento. Yo me andaría con ojo con el rebote. PSOE y Podemos no gobernarán siempre.