José Alejandro Vara-Vozpópuli
- Más que rechazo, produce hastío. La imagen del presidente, travestido en el ‘ángel de las vacunas’, se tambalea ante la cita decisiva de Madrid
Si hay en Madrid un personaje tan detestado como Pep Guardiola ese es Salvador Illa, que cuando ejercía de ministro de Sanidad cerró la región a cal y canto esgrimiendo datos científicos tan falsos como unas primarias de Podemos. Madrid ocupaba entonces el quinto puesto por la cola en la incidencia de positivos, pero Illa, a las órdenes de Moncloa, se empeñó en enclaustrar a Ayuso en la mazmorra de la iniquidad. Y con ella, a siete millones de madrileños, que no olvidan.
Illa ha vuelto. Este buen señor, de aspecto tristón y patibulario, ataviado con ternos oscuros algo demodés y frecuentador de una oratoria de confesionario -¿cuántas veces, hijo?- ha sido el recurso ideado por la factoría de ficción de la Moncloa para reforzar la campaña triste y ramplona del mojigato Gabilondo (siempre se detecta un curioso olor a sacristía en los candidatos del PSOE) que no consigue alzar el vuelo ni siquiera con el auxilio de Tezanos, el grosero Merlín del CIS.
Tan mal pinta el panorama que han sacado a Sánchez en procesión, como en las catalanas pero a lo bruto, con un argumentario impropio de un presidente, inadecuado para un país en duelo, infumable en una democracia occidental
Si no terriblemente adversos, los pronósticos auguran un resultado pobretón al aspirante socialista en las decisivas elecciones del 4-M. Así lo entiende el equipo de Iván Redondo, donde la preocupación crece y la inquietud se palpa. «¿Pero quién os ha dicho que aquí estamos para disfrutar?», se escucha estos días por los agitados pasillos de Presidencia, entre prisas y desmayos, en raro homenaje de Pavese. Tan mal pinta el panorama que han sacado a Sánchez en procesión, en sus dos versiones, la mitinera y la de ‘Aló presidente’, con un argumentario impropio de su cargo, inadecuado para un país en duelo, infumable en una democracia moderna. En lugar del ‘sangre, sudor y lágrimas’ que diría el estadista, o ‘paz, piedad y perdón’ que clamara aquel malvado arrepentido, el jerifalte del PSOE echó mano de tres palabras improcedentes: «Podredumbre, desmadre y descontrol». Con ellas pretendía descalificar la gestión de Isabel Díaz Ayuso durante la pandemia. Con ellas retrató clamorosamente su desesperación.
El virtuoso de las trolas
Además de no soportar a Illa, algunos madrileños, del color que sean, pueden detestar a Ayuso, pero la gran mayoría coincide en alabar su decisión, su audacia y, especialmente, sus eficaces medidas contra el contagio que han permitido mantener en Madrid una actividad social y económica envidiable amén de unos datos sanitarios por encima de la calidad media nacional. Sánchez ha saltado al campo como esos delanteros convocados de improviso, a última hora, ‘calienta, Pedro, que sales’, y se dedican a corretear por el césped y a dar patadas en busca de un balón imposible y de un contrario inalcanzable. Tan engañado lo tiene su entorno -sabido es que el presidente del Gobierno no pisa la calle, no habla más con su estrecho círculo de asesores y su cohorte de cuñados- que aún piensa que sus falsedades cuelan, que sus mentiras funcionan, que sus embustes se atienden. «Mentir es un vicio maldito», proclamaba Cicerón. «Si fuéramos conscientes de su horror y gravedad, lo perseguiríamos con el fuego, mucho más que lo hacemos con otros crímenes». No se trata de arrearle con una tea a Sánchez cada vez que falta a la verdad, pues no habría tiempo para otra cosa, pero sí de hacer oídos sordos a sus infundios, mutados ya en indigestas patrañas.
«Eso ya no se lo tragan ni en Fuenlabrada», se escuchaba a un dirigente de Ferraz, en referencia a esa ciudad desbordada de gente de la izquierda laburante, dentro de nada camino de las filas de Abascal
Sin más herramienta que la propaganda ni más argumento que la trola, Sánchez está convencido de que agitar el espectro de Colón y arrojarle miles de muertos a la cara de Ayuso tendrá un demoledor efecto a la hora de la cita con las urnas. «Eso ya no se lo tragan ni en Fuenlabrada», se escuchaba a un dirigente de Ferraz, en referencia a esa populosa ciudad desbordada de izquierda laburante, dentro de poco enganchada a las filas de Abascal. Todos en Madrid tienen muy claro que quienes han ocultado las cifras de fallecidos eran los Bouvard y Pécuchet de Sanidad, don Simón y el maestre Illa, esa pareja de infausta memoria y maldito presente. Todos en esta Comunidad, tan apaleada por el dolor, tienen muy presente que quien no visitó hospitales, ni animó a sanitarios, ni consoló familiares, ni puso un pie en las residencias de Iglesias fue Sánchez, que por no querer saber, hasta se quitó de en medio en la segunda ola, proclamó derrotado al mal y se largó al palacete de Canarias con par.
Las burlas a la ultraderecha y los cayetanos
Ha sufrido tanto Madrid que le resulta imposible tragarse ya ni un solo embuste más. El almacén de la memoria suele estar más provisto que el de la invención. Ya no dan juego las burlas con los cayetanos, ni la ultraderecha, ni el Valle, ni el franquismo (aunque Carmen Calvo vuelve ahora a rescatar su ley de Memoria), ni menos aún las fábulas sobre las hordas francesas que colman las playas madrileñas, según el parte de incidencias que difunde la televisión pública y notoria.
Los sondeos internos conceden cinco escaños más a Gabilondo desde que arrancó su precampaña con el uniforme del hombre más soso del planeta. Ha pasado de los 32-33 a los 37-38 diputados. Si llega a 40, a Ayuso no le saldrán las cuentas
El equipo de Moncloa tiene tan perdidas las elecciones que hace preces para que los contagios revienten Madrid y cargarle así la culpa a la política laxa de Ayuso, de alegría en las terrazas, movimiento en los negocios, de brazos abiertos a las hordas guiris que se bañan en sangría. Un empeño estéril. Los ochocientos asesores de Redondo hacen sus cuentas y trazan sus azimuts. Los sondeos conceden a Gabilondo un avance de cinco escaños desde que arrancó su precampaña con el uniforme del hombre más soso del planeta. Ha pasado de los 32-33 a los 37-38 diputados. Si llega a 40, a Ayuso no le saldrán los números porque Ciudadanos va de cabeza a la extinción y Vox pugna contra el inevitable retroceso. El PSOE, según estas cábalas, contaría con Errejón e Iglesias para arrebatarle a la derecha su bastión más preciado.
Las ‘sorpresas’ de Iván
Todo esto, naturalmente, a la espera del tramo final de la campaña, cuando Iván Redondo materialice esas prometidas ‘sorpresas» que darán un vuelco al escenario y arrojarás a Ayuso al más oscuro de los rincones del reino de las tinieblas. ¿Serán las vacunas? En su improvisada comparecencia en Moncloa, un gesto desesperado, una añagaza inútil, el presidente prometió que antes del 4-M van a estar vacunados todos los madrileños, incluido el oso del madroño. Poco crédito tiene ya quien proclamaba en verano que ‘hemos vencido al virus’ y pocos meses después prometía que este mayo ya estarían vacunados 20 millones de ‘compatriotas de nuestro país’. O sea.
Los zahoríes de la opinión pública detectan no ya una ‘fatiga social de la pandemia’, como pregonan los sicólogos por los platós, sino una fatiga de Sánchez. A secas y sin anestesia. De ahí sus esfuerzos baldíos, como esa erupción en contratiempo como el ángel de las vacunas, por movilizar a la izquierda, algo saturada de despropósitos y desastres, de ruina y de desempleo. En contra de lo ocurrido en Cataluña, en las elecciones de Madrid pesa más la pandemia que la ideología, el esfuerzo que la cháchara, la realidad que el mito, la verdad sobre la farsa. Entra ya Sánchez en esa fase en la que provoca menos rechazo que hastío. Esa etapa en la que la fortuna se tuerce y la sonrisa de ganador degenera en un rictus desapacible y odioso. Ese momento en el que el tinglado se derrumba y el decorado se desvanece. Quizás, como él mismo dijo en su jerigonza vacunil, los españoles se disponen a «dejar atrás esta etapa oscura y dolorosa». Con él dentro. El 4-M se decide todo.