Fatiga

ABC 20/10/15
DAVID GISTAU

· Supongo que el sufrimiento aceptado forma parte de la configuración del personaje mesiánico

LOS líderes de la «vieja política», con sus tres dedos de blindaje epidérmico, no se quejaban tanto de los estragos provocados por la vocación en su vida. Ni de la fatiga. Ni de las novelas que quedaban sin leer. Eran seres arrebatados por la ambición y por el sentido de pertenencia a un tiempo histórico que no se imaginaban haciendo otra cosa ni se dejaban «humanizar» por las flaquezas. Un hombre que tuvo poder y lo perdió me dijo que disponer de tiempo para pasear por el parque –y para demorarse en oler una flor, que diría un cursi– era estar muerto en vida. Un ministro argentino del radicalismo, cuando perdió el cargo, dijo que lo que más le horrorizaba era pensar que en adelante tendría que quedarse en casa con su mujer. Reflexiones más cáusticas que la del teléfono que deja de sonar de Cabanillas.

Recuerdo una de las entrevistas de balance existencial que antaño concedió Felipe González: «Ser hijo mío tiene que haber sido una putada sangrienta». Lo sabía pero no lo remedió. Era otra la llamada que atendió, era otro el destino. Y probablemente sea gente así, capaz de relegar a los hijos incluso cuando están sumidos en una «putada sangrienta», la necesaria para conducir naciones y épocas mientras otros llevamos al crío a su entrenamiento de fútbol.

Pablo Iglesias es quejica. A lo mejor lo hace porque cree que así se vuelve más cercano a la gente, al que viaja mortificado en el Metro soñando con que lo rescate la lotería, o al menos el socialismo proveedor. Pero el caso es que se queja mucho. De estar cansado. De no poder ir al cine. De habérsele arruinado la vida personal. De querer irse ya, dejando a sus votantes tirados, cuando ni siquiera ha empezado. De estar haciéndosele largo este tiempo en el que ha descendido a la Tierra para cumplir una misión que le resulta penosa –oiga, por mí no lo haga–, pero de la que no puede desertar: la de salvarnos. Supongo que el sufrimiento aceptado forma parte de la configuración del personaje mesiánico. Un sufrimiento que no exige la crucifixión, pero sí dormir poco, viajar estreñido por carreteras comarcales y el sacrificio de unos años de juventud entregados a la redención de «los de abajo». A lo mejor es que uno espera de los líderes que sean más sólidos y determinados. O a lo mejor es que se me hace absurdo este lloriqueo cuando, de un modo u otro, todos dormimos menos de lo que querríamos y vivimos vidas distintas de las que podría concedernos la lotería, obligados como lo estamos por responsabilidades más domésticas que las derivadas de la historia. Puede parecer que Iglesias, comparado con los viejos paquidermos a los que denosta, no tiene ni medio asalto. Ni en realidad voluntad para soportar esto si no se le concede el capricho del poder al primer intento y por abracadabra. Piensen en sus líderes favoritos del siglo XX, y luego traten de imaginarlos quejándose en público de que no duermen o amenazando con dejar de respirar, como el niño hispano de Astérix, si no se les satisface el antojo.