Fe de errores

SANTIAGO GONZÁLEZ-El Mundo

Voy a violar una regla que observo en mis columnas siguiendo el magisterio de Paul Johnson: hay dos factores que se deben embridar a la hora de escribir una columna: el yo del columnista y la proliferación de calificativos. Haré hoy una excepción respecto al primero, aunque no sin razón, porque el tema de esta columna es una confesión. Yo fui antifranquista en vida de Franco. También fui antipinochetista. A lo largo de mi vida sólo he odiado a dos personas: los generales Franco y Pinochet. A Hitler, no. Había muerto años antes de que yo naciera y no era un mal de mi tiempo. A Stalin tampoco, aunque le sacara un par de cabezas a Hitler en el ránking de la maldad. Tuvieron que pasar años para que conociéramos el holodomor, las hambrunas con las que exterminó adrede a millones de ucranianos. Tuvo que escribir sus memorias Günter Grass para saber que el Ejército Rojo violaba a las alemanas a su paso como ninguna otra tropa.

Franco y Pinochet eran el mal de mi tiempo y por eso les odié como a ninguna otra persona o personaje hasta el punto de desearles toda suerte de males y padecimientos. Fíjense en la radicalidad de mi antifranquismo que a fuer de antifranquista me hice comunista. Esta gesta sólo es comparable a la del protagonista de La hora estelar de los asesinos: el comisario Jan Morava, en la Praga liberada del nazismo y una vez cazado el asesino de mujeres a quien con tanto empeño había perseguido, se dirigió a la sede del Partido Comunista para afiliarse. Las últimas palabras de la gran novela de Kohout son: «No tenía la menor idea de que se estaba dando prisa para cometer el mayor error de su vida».

Ahora el antifranquismo ha rebrotado con una virulencia que nunca tuvo en vida de Franco. El actor Antonio Banderas lo clavó entrevistado por la periodista Griso el pasado jueves: «Tengo la percepción de que en el año 85 Franco llevaba más años muerto que ahora». Los antifranquistas de entonces vimos diluirse nuestra inquina con el paso del tiempo. Un poco menos que ayer, un poco más que mañana. La llama del rencor la alimenta gente que no vivió todo aquello. Estamos gobernados por un chico que tenía tres años cuando todos los españoles vivíamos pendientes del transistor. Su socio preferido nació tres años después del óbito del dictador. Y gente como esta se empeña en explicarnos lo que fue el franquismo y qué revancha debemos tomarnos con sus restos. Hace falta tener mucha fe en la vida perdurable para considerar que el mal de la dictadura reside en los huesos del dictador. Que los restos estén en el Valle o en la Almudena no nos importa a la mayoría de los españoles, pero sí nos importa la voluntad totalitaria de un Gobierno que no ha considerado necesario negociar con la familia y con la autoridad eclesiástica. La vice Calvo volvió a mentir a los españoles, como lo había hecho al relatar su visita al Vaticano y en tantas otras cosas; fijó la obligación de exhumar a Franco más allá de su permanencia en el Gobierno (otra vez la vida perdurable) para ellos o para quien les suceda. La párvula parla (toma ya aliteración) de la vicepresidenta Calvo no incluyó en su análisis, o como quiera que lo llamemos, la intervención del Tribunal Supremo, que seguramente pondrá coto al desmán mediante medidas cautelares. Mi añorado Alvite retrataba a su antecesora De la Vega como marroquinería con los rasgos de Clint Eastwood. Los de Calvo son los rasgos de la dominación coactiva de una fracción sobre el conjunto de la sociedad, de la que alertaba Julián Marías en 1976: la magnificación de los problemas –¡la urgencia de exhumar a Franco!– e impedir que la sociedad española se articule y vertebre según sus fuerzas reales. O sea, la desfiguración de la realidad.

El pobre Évole citaba a uno de sus ídolos, Manuel Vicent, lamentando que Franco estuviera tan metido en las cabezas de los españoles, a lo que Herrera respondió: «Principalmente de los de izquierdas». Hoy, la izquierda española armoniza la añoranza de Franco con la simple gilipollez. ¿Toda la izquierda? No, preferentemente la que no lo conoció.