Jesús Cacho-Vozpópuli

Estoy en La Sexta y aquí están todos convencidos de que se va”, me decía Gabriel Sanz, miembro de esta casa, en la tarde del viernes. Casi a la misma hora, otras fuentes me aseguraban que estaba en Moncloa encerrado con su mujer y sus hijas, lamiendo las heridas de una grave crisis matrimonial. La imprudencia de Begoña, que ha puesto en grave riesgo su presidencia, estaría a punto de romper también su matrimonio. En Moncloa ya saben que es mucho el material que queda por salir, después de que la señora haya cantado la gallina ante el gabinete de crisis sobre sus andanzas empresariales desde 2018 a esta parte. Fuentes muy fiables me cuentan que el miércoles (dura sesión de control del Gobierno a la oposición) tuvo lugar a primera hora “un pollo muy fuerte entre Pedro y Begoña. Ese día él escribe la carta a solas porque Begoña se ha ido pitando a casa de sus padres tras la monumental bronca”. Insiste Sanz: “A mí me llega que ya el miércoles quería irse, y es el núcleo duro el que le pide tiempo para preparar al PSOE”. El parlamento alborotado de Marisú Montero en el Comite Federal de ayer ha sido también interpretado por los arúspices como una evidencia de que la decisión está tomada. Dos partes: una primera de entrañables palabras para el presidente y su señora que sonaron a despedida, y una segunda convertida en discurso programático de lo hecho y lo por hacer, que más pareció una presentación de candidatura que otra cosa.

La decisión de quedarse o irse, la que sea, está tomada el mismo miércoles, desde el momento mismo en que da a luz esa lamentable carta-trampa mal redactada, impropia del presidente de una democracia europea. Sabemos lo que se ha publicado, pero sospechamos que existen cosas mucho más graves que sólo él conoce. Asuntos que poco o nada tienen que ver, según mi información, con el caso Pegasus. Israel tiene cosas más importantes de las que ocuparse ahora mismo; para Israel no ha llegado la hora de dar su merecido a este “impotente enamorado” (“soy un hombre profundamente enamorado de mi mujer que vive con impotencia…”) que se ha alineado en el bando de los asesinos de Hamás del 7 de octubre, gente que todavía tiene en su poder a ciento y pico rehenes. El drama de Sánchez, en lista de espera del Gobierno Netanyahu, es Begoña, la deslumbrante corrupción de Begoña, el escándalo de una mujer que ha estado haciendo business sin reparar en que su marido era el presidente del Gobierno. Corrupción suficiente para matar a cualquier político, sin necesidad de añadir la de su hermano, el afamado compositor de óperas, o la de los KoldosÁbalos y demás familia. En un dirigente democrático, la dimisión era obligada el mismo día que se supo de las andanzas de la doña con Javier Hidalgo, que terminaron en el salvamento de Air Europa rubricado por el propio Sánchez en Consejo de Ministros. Yo te pago tu sueldo en el Instituto de Empresa a cambio de que tu marido rescate con dinero público mi empresa quebrada. Do ut des. No hay político que resista semejante trato mafioso, ni siquiera en un país tan moralmente esquilmado como España.

El drama de Sánchez es la deslumbrante corrupción de Begoña, el escándalo de una mujer que ha estado haciendo business sin reparar en que su marido era el presidente del Gobierno

Pero no nos caerá esa breva. Su dimisión sería un regalo demasiado bonito para la España democrática. Porque, ¿cómo fiarse ahora de un tipo sin escrúpulos que ha gobernado con comunistas, ha pactado con terroristas, ha indultado a malversadores, ha amnistiado a golpistas y ha emprendido resuelto el camino de la ruptura de la nación con las tribus nacionalistas catalana y vasca? ¿Cómo fiarse de la palabra de quien, apenas unas horas antes de la carta-farsa, presumía orgulloso de jugar en el mismo equipo que en las elecciones del País Vasco había ganado por goleada, 9 a 1, al constitucionalismo? ¿Cómo creer a un personaje que ha hecho de la mentira su razón de ser? El lamentable espectáculo de estos cinco días de “reflexión” es sencillamente lo que parece: la aceleración del proceso que conduce a la destrucción del régimen del 78 para sustituirlo por un sistema de poder personal, una autocracia liderada por Sánchez al frente de esa izquierda Franckenstein formada por socialistas, comunistas, separatistas de derechas y de izquierdas y perroflautas varios, con control total de las instituciones, del aparato judicial y de los medios, y la marginación de esa otra media España que no le rinde pleitesía. Y con elecciones cada cuatro años que nuestro peculiar Maduro ganaría cómodamente. ¿Es esto una dictadura? Quizá no formalmente, pero se le parece mucho.

Se trata de un proceso que puso en marcha el mendaz Zapatero y que la corrupción de Begoña obliga a acelerar. Sánchez a pisar el acelerador a fondo ante el riesgo de perder el poder. Se trata de acortar los plazos para meter cuanto antes en vereda a los jueces díscolos que siguen empeñados en enarbolar la bandera de la independencia judicial y a los cuatro medios, fundamentalmente de internet, comprometidos con la independencia mediática. El proceso de deslegitimación del juez que ha abierto diligencias contra Begoña por un posible delito de tráfico de influencias y corrupción en el sector privado, así como los ataques a los medios que han informado de sus andanzas empresariales, ha alcanzado estos días cotas inimaginables en una democracia formal, con proclamas, manifiestos y concentraciones callejeras alentadas por ese PSOE cuya pitanza ha engalanado Sánchez con cargos y prebendas mil, y con Zapatero, un hombre enriquecido gracias a la dictadura venezolana, como gran agitador. En realidad, las semejanzas entre el clima social que hoy se respira en España con el que se vivía en febrero de 1936 son tan deslumbrantes como descorazonadoras. Estamos corriendo la última milla hacia el cambio de Régimen.

Las semejanzas entre el clima social que hoy se respira en España con el que se vivía en febrero de 1936 son tan deslumbrantes como descorazonadoras

Hemos retrocedido casi 90 años. Con el Frente Popular echado a la calle, dispuesto a ganar en la intimidación y el desorden unas elecciones (16 de febrero de 1936) que en realidad había perdido. Forzando la dimisión del presidente del Consejo, Portela Valladares, asaltando en muchos lugares las cajas que contenían las actas electorales para cambiar los resultados, imponiendo la amnistía (la liberación de los condenados por la revolución de Asturias de 1934) sin esperar la formación de nuevas Cortes. Y con Gil Robles acollonado, prometiendo acatar (“La CEDA se atendrá al resultado de la voluntad popular, sea lo que resulte del escrutinio”) las decisiones de un Alcalá-Zamora, presidente de la República, igualmente asustado. Se trataba de imponer el cambio de régimen mediante el acogotamiento del adversario, la violencia y el miedo. Nos espera una “Ley de Defensa de la República” en versión sanchista, la aprobada el 21 de octubre de 1931 por las Cortes Constituyentes para dotar al Gobierno Provisional de un instrumento de excepción, al margen de los tribunales de justicia, que le permitiera actuar contra los culpables de “actos de agresión contra la República, es decir, contra Pedro Sánchez, (tal que “la difusión de noticias que puedan quebrantar el crédito o perturbar la paz o el orden público” (Artículo 1º, III), es decir, que permitan al autarca perseguir “todo vestigio de oposición, expulsar del tablero político al disidente, a quien no comulgue con su programa totalitario, a quien no se rinda mansamente a sus pies”, como ayer escribía aquí José Alejandro Vara  (“No toquéis a la mujer blanca”).

En un abierto desafío al Estado de derecho y consecuencia del “desordenado empuje del Frente Popular” (Manuel Azaña), entre el 19 y 20 de febrero de aquel infausto 1936 se produjeron 16 muertos y 39 heridos graves, además de 50 iglesias y casas rectorales incendiadas o saqueadas, con no menos de 70 asaltos a punta de pistola, con numerosos destrozos e incendios en sedes de partidos políticos, patronal o círculos agrarios ligados a las “derechas”. Todas las decisiones que, presionado por el Frente Popular, tomó Azaña, tras la huida de Portela, como nuevo presidente del Consejo, pavimentaron la polarización y el enfrentamiento entre los dos bloques que terminó en la Guerra Civil. Ese es el ambiente político en que vive hoy una España muy distinta de aquella en lo material, que no en lo moral, una España mucho más rica en la que muchos, demasiados, tienen mucho que perder, pero en el que la derecha democrática, siempre acogotada por los Largo Caballero de turno, podría verse obligada a recitar aquel “media España no se resigna a morir a manos de la otra media” del citado Gil Robles, y actuar en consecuencia. ¿Está Sánchez dispuesto a llevar de nuevo al país al pie del abismo del enfrentamiento civil, con lo fácil que sería dar explicaciones sobre los negocios de su señora durante los últimos cinco años, porque eso es exactamente lo que “la jauría ultraderechista” (Félix Bolaños) le está demandando?

He reiterado aquí en los últimos meses que Sánchez “está muerto y lo sabe”. Hoy me reafirmo en que, más que un pato cojo, nuestro Ceausescu es un cadáver que huele a distancia, luciendo la estrella de sangre que la bala disparada por la corrupción de Begoña ha dejado en su frente marchita. España es mucho más fuerte, infinitamente más, que este dictador vocacional con toda su cohorte de tiralevitas y lameculos mediáticos. Sea lo que sea que nos anuncie mañana tras su escondite (seguramente aprovechado para taponar vías de agua y concertar algún que otro pacto de socorros mutuos), el presidente de la España de izquierdas ha abierto la caja de los truenos de una situación que no va a poder controlar, con un abanico de variables cuya evolución escapa a su control. ¿Cómo podrá Pedro devolver al tubo la pasta de dientes que tan miserablemente derramó el miércoles en su infinita soberbia? Como en la historia del hijo tonto de familia bien a quien Franco hizo ministro, en España sabíamos que él y su entorno familiar se habían corrompido: ahora ya lo saben en todas las cancillerías del globo.

El presidente de la España de izquierdas ha abierto la caja de los truenos de una situación que no va a poder controlar, con un abanico de variables cuya evolución escapa a su control

Muerto, sí, pero no por ello menos peligroso, sino tal vez más propenso que nunca al golpe autoritario. Con todo, el espectáculo que ayer ofrecieron sus seguidores en la calle Ferraz, una demostración de cutrez sin parangón, puede que haya terminado por convencerle de que el historial de su intrínseca maldad ha llegado a estación término. El futuro de Sánchez Pérez-Castejón sólo podrá contarse ya en clave de ópera bufa. Como Marx escribiera en “El 18 de brumario de Luis Bonaparte”, remedo de la frase original de Hegel, «La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa». En efecto, lo que vimos ayer son todos sus apoyos. Las consecuencias de su paso por el firmamento español tardarán años, sin embargo, en difuminarse. Como ayer decía Andrés Trapiello, “Si se queda, un farsante que acabará suicidándonos a todos. Y si se va, habrá dejado la convivencia y la igualdad entre españoles, la justicia y las instituciones democráticas tan quebrantadas, que no habrá tiempo para las celebraciones”.