Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo

  • De la economía nos ocuparemos en cuanto el líder despechado nos informe de quién se va a enfrentar a estos detalles

De repente, sin aviso previo ninguno, ante la sorpresa de la comunidad internacional y el estupor de la ciudadanía que se quedaba huérfana y desorientada, el pasado miércoles a las 19 horas el mundo se paró. Los planetas dejaron de girar alrededor del sol y el sol se quedó quieto en el extrarradio de la galaxia por donde deambula. El mundo se paró y se hizo el silencio. Tan solo se oían los lamentos de las almas en pena, los bramidos de los opinadores más despistados que un pulpo en un garaje y los aullidos de los lobos patrullando el cercado. ¿La razón de todo ello? Nuestro presidente se había retirado a cavilar. En juego estaba su continuidad, así que en juego estaba el poder, así que en juego estaba el destino de los corifeos, el futuro de los ‘agarracargos’ y el destino de los monaguillos. Demasiada tragedia, demasiada angustia. Las reacciones de apoyo no fueron ninguna sorpresa, venían de serie.

¿La razón de tan sorprendente e inesperada decisión? Un juez de poca monta había decidido abrir diligencias previas a su mujer en base a unas informaciones periodísticas no probadas, sobre hechos difusos que habrá que sustanciar. El hecho no mereció ni un segundo de atención por parte de los líderes de la oposición en sus intervenciones de ese día en el Congreso, y se encuentra a un año luz de distancia de la apertura de un juicio oral y a siete años luz de una eventual, y poco probable, condena en firme. Pero su efecto fue terrible y dañó la delicada piel -hoy adelgazada al grosor del papel de fumar, pero otrora de espesor paquidérmico- del presidente más aguerrido, resiliente y resistente de la historia. Del más audaz, del más veraz. No hay derecho. Él, que nunca insultó a nadie, nunca acusó a nadie, nunca provocó a nadie, ni se rio de nadie y nunca vilipendió a nadie se ve sometido ahora a la bajeza de una sospecha judicial.

Como comprenderá, ante tamaña afrenta y huérfanos temporales del líder, no hemos tenido tiempo, ni mucho menos ganas, de ocuparnos de nuestras miserias cotidianas de ínfimo tamaño. Como el varapalo dado por las instituciones europeas a la reforma de las pensiones que, en su opinión, no arregla el problema de su desequilibrio y, es más, lo agranda hasta límites que tensionarán nuestros presupuestos futuros.

La deuda pública sube cada mes y va de récord en récord a pesar de presentarla en porcentaje del PIB

El ministro Escrivá llegó al cargo con aureola de gran experto, pero el paso del tiempo y el ejercicio del poder le han aumentado su habilidad política, ahí sigue sin afectarle los cambios de las carteras, pero le han oscurecido su capacidad técnica. La opinión europea es tan desfavorable que le obligará a repensar los supuestos y a modificar las conclusiones. Pero de momento levanta los ojos de los papeles y los dirige hacia La Moncloa. No está en el núcleo duro del poder, así que mañana hará lo que todos, poner la radio para conocer la decisión del líder.

Otro tema baladí es la constancia en el crecimiento de la deuda pública, cuyo tamaño (ya son 1,6 billones) sube cada mes y va de récord en récord a pesar de las tretas de presentar la deuda en porcentaje del PIB para mostrar su descenso. Ya, ya sé que no lo vamos a pagar. ¿Qué haremos entonces con ella, envolver el pescado? Pero el coste de su financiación sí que pagamos.

Otro asunto nimio es el dato del empleo, que quiebra la racha positiva y nos aflora 140.000 empleos perdidos en el primer trimestre, lo que empuja la tasa de paro al 12,3%. Pero de todo eso nos ocuparemos, o no, a partir de mañana, en cuanto el líder despechado tenga a bien informarnos de quien se va a ocupar de estos detalles, ya que él está muy disgustado con el juez Peinado y no puede hacerlo.