JAVIER OTAOLA-El CORREO

  • El futuro del país solo puede apoyarse en la mejor experiencia política de nuestra historia moderna: la Constitución de 1978

Decía el filósofo Julián Marías, buen conocedor de la cultura de esa gran nación que es EE UU, que en ese país todo lo que es realmente serio es federal; los delitos más graves son ‘delitos federales’, las leyes que afectan a toda la nación son federales y la Administración con mayor capacidad presupuestaria y decisoria es federal aunque las más próximas y con mayor relación con los ciudadanos son las de los respectivos Estados. Todos sabemos, por el cine americano, que los infractores fiscales y los delincuentes, a quien tienen más temor reverencial es a las agencias de investigación y a la policía federal. Cuando intervienen ‘los federales’ es que el asunto es importante. Lo federal es el espinazo de la nación norteamericana y es un concepto que tiene prestigio.

En España, la derecha democrática, desgraciadamente, asocia lo federal con las fallidas experiencias republicanas. Es cierto, la I República entró en crisis completa por causa del frívolo cantonalismo, pero la experiencia constitucional de 1978 nos ha hecho mucho más sabios que nuestros exaltados antepasados decimonónicos de 1873. La ingenuidad política del XIX ha sido cancelada en el siglo XX. El ya pasado siglo ha sido el escaparate de los horrores de las ideocracias ‘revolucionarias’ de derechas (nacionalsocialismo, fascismo, falangismo…) y de izquierdas (comunismo ruso, norcoreano, camboyano, cubano, chino…). Nunca más.

Pasamos por alto que el federalismo es una fórmula política universal, no es privativa de la izquierda ni de la derecha y puede acomodarse a la forma monárquica, de hecho -y de derecho- Canadá es una monarquía federal, y en cierto modo también lo es Reino Unido, que conserva la estructura compuesta -por eso se llama Reino Unido, que no unitario- de las viejas monarquías forales del Antiguo Régimen.

Los demócratas españoles hemos vivido históricamente bajo la fascinación de nuestro vecino francés, que sin embargo ha tenido desde finales del XVIII una historia política disruptiva y de altísima inestabilidad, hasta la llegada de la V República auspiciada por el general De Gaulle, a saber: dos revoluciones, dos imperios, diez años de guerras imperiales, dos restauraciones monárquicas, un Estado francés vasallo de la Alemania nazi, de corte fascista, dos guerras coloniales (Indochina y Argelia) y cinco repúblicas. Por cierto, una de esas restauraciones monárquicas (Luis XVIII y su ministro Chateaubriand) fue la responsable de la intervención militar de los Cien mil Hijos de San Luis, que apoyó el rancio absolutismo de Fernando VII -el rey felón- y abortó el incipiente liberalismo democrático de la moderada Constitución de 1812 y el pronunciamiento del general Riego que habría cambiado el sesgo de nuestra historia.

Los Cien mil Hijos de San Luis fueron un contingente del ejército francés que, llamado por el malhadado Fernando VII y con el aplauso de la derecha tradicionalista de la época, invadió nuestro país en 1823 para restaurar el absolutismo y sostener el Antiguo Régimen que a cualquier precio quiso imponer Fernando VII, y junto a los voluntarios españoles (de esa derecha supuestamente ‘nacional’) poner fin al Trienio Liberal.

No olvidemos que ese ejército extranjero permaneció ocupando España nada menos que cinco años: hasta 1828 (¡). Esa reinstauración manu militari del absolutismo en España dio lugar además a una rencorosa persecución de los liberales y produjo el primer éxodo masivo de nuestra historia contemporánea, augurio de otros: profesores, militares, profesionales cualificados, funcionarios, políticos… algunos de ellos, paradójicamente, héroes de la lucha contra la invasión francesa de Napoleón. Las implicaciones históricas de esta fractura nacional han sido investigadas y analizadas por el profesor José Álvarez Junco en su magistral obra ‘Mater dolorosa’.

Gracias a la bendita Constitución de 1978, y a la inteligencia colectiva que, a izquierda y derecha, de arriba abajo, acreditamos en ese momento, hemos tenido décadas de progreso y libertad y nos hemos dado cuenta de que el constitucionalismo es como la sastrería, un conocimiento teórico pero sobre todo práctico y que el traje debe acomodarse no al capricho sino principalmente a las hechuras y proporciones del cuerpo que va a vestir y a su eventual evolución. Un traje precioso puede ser como el lecho de Procusto, inútil o peor aún una tortura si no se acomoda a las proporciones de su destinatario.

No es por casualidad que entre las primeras acepciones de la palabra constitución del DRAE se encuentran las de 2. f. Conjunto de los caracteres específicos de algo. La constitución de la célula. 3. f. Complexión, conjunto de las características de un individuo.

Lo que sea nuestro país en el futuro no pude dejar de apoyarse y fundamentarse en la mejor experiencia política (con todos sus defectos, que nunca faltan) de nuestra historia moderna: la Constitución de 1978, consensuada, democrática, establecida como monarquía parlamentaria y organizada territorialmente reconociendo personalidad propia y poder legislativo (autogobierno) a sus nacionalidades y regiones. No hay otro camino.