- Pensar que PP y Vox dejarán de agredirse con las elecciones ya cerca es soñar con pajaritos, pero aun así agradó ver a sus líderes hablando con normalidad
España está institucionalmente rota, destrozada por siete años largos de insoportable sanchismo. La corrupción anida en el seno del Gobierno y vivimos en un universo entre orwelliano y goebbeliano, donde el PSOE ha aniquilado el principio de la realidad y donde la más pegajosa propaganda embadurna nuestras vidas por todas partes. La verdad no existe. La asunción de responsabilidades políticas, tampoco (salvo que seas del PP, que entonces sí tienes que dimitir).
Relevar a Sánchez constituye una emergencia nacional, porque se está ventilando nuestro sistema de derechos y libertades y los principios escritos y no escritos de la democracia española. PP y Vox deberían aparcar sus hostilidades en nombre de un bien superior: detener el destrozo, sacar a Sánchez de la Moncloa. Cumplida esa tarea, cada cual podrá propugnar su particular modelo sobre cómo reconstruir la casa. Pero lo primero es ponerse de acuerdo para frenar al que está demoliendo el edificio a martillazo autocrático limpio.
Por eso ha resultado reconfortante que Feijóo haya llamado a Abascal y que conversasen, al parecer «cordialmente», sobre la sucesión de Mazón. Deben entenderse, porque la alternativa es obvia: el regreso al poder en Valencia del sanchismo, y con él, de la catalanización nacionalista de una región que por su importancia es vital para España.
Aunque la mayoría de los votantes de derechas preferirían que Vox y PP se entendiesen, que se uniesen para echar a Sánchez en lugar de andar a bofetadas, me temo que eso es creer en los pajaritos. Sus intereses electoralistas van a primar sobre el interés general de España. Han ido ya demasiado lejos en su distanciamiento como para colaborar lealmente.
Vox se ha pasado siete años llamando al PP «derechita cobarde», y desde hace dos, rara es la intervención de Abascal en la que no añade el insulto de «estafa». Vox sostiene además que el PP es lo mismo que el PSOE (curiosamente, el sanchismo asegura que el PP es lo mismo que Vox). En Europa se está viviendo fuerte crecida de una derecha conservadora nacionalista y de escenografía populista. Se debe a que los partidos convencionales de izquierda y de centro no han sabido responder a la pérdida de poder adquisitivo de las clases medias, ni a la inseguridad y el extrañamiento cultural que ha traído una inmigración descontrolada. Vox se beneficia de esa ola, a la que además se están sumando los jóvenes, que prefieren respuestas rotundas y un poco mágicas a las templadas y difusas.
El cálculo de Vox es que en cuatro o seis años pueden competir en serio por gobernar España (como Meloni, como Le Pen, como Orban, como ahora el propio Farage). Así que no desean el entendimiento con el PP y jamás entrarán en un Gobierno de la nación con él. Esa fue la estrategia por la que se retiraron de los gobiernos de coalición autonómicos con el pretexto de «los menas». Vox tampoco tiene una prisa especial por echar a Sánchez, pues le puede funcionar electoralmente la fórmula del cuanto peor, mejor. Si el sanchismo continuase otra legislatura más, la desesperación de muchos españoles dispararía los votos de Abascal.
Por su parte, el PP tampoco quiere saber nada de Vox, que ya no es una cuña de su propia madera. Ha derivado en concepto diferente (de hecho, de sus fundadores solo queda Abascal y poco más). Vox es el partido que un día puede acabar con ellos, o dejarlos muy tocados, y que trabaja muy en serio con esa meta.
El entendimiento también se ha dificultado por la postura de centro puro que ha adoptado el PP con Feijóo. Hay que recordar que en el último congreso del partido proclamó que los conceptos de derecha e izquierda han quedado atrás. Desde ahí le resultará harto complicado entenderse con la formación conservadora. El PP ha dudado mucho sobre cómo manejar su relación con Vox: ¿buscar puentes o romper por completo y confrontarlos? Tras muchos titubeos, parece que ha triunfado la tesis de Aznar, la de lanzarse contra lo que consideran un partido populista del que se sienten alejados.
Pese al baño de realismo anterior, somos muchos los ilusos que lamentamos que PP y Vox no logren entenderse, o que ni siquiera deseen intentarlo. Al PP le vendría muy bien una dosis de vitaminas ideológicas contra el rodillo de la ingeniería social de la izquierda y contra el separatismo. Y a Vox le vendría bien un poco de templanza expositiva, realismo y amplitud de cuadros. Pero no va a poder ser. La calculadora electoral se impone a la urgencia inmediata de España. Aun así, si no sucede algo muy extraño en los comicios, Sánchez caerá, porque no puede estar más débil y porque el giro a la derecha resulta imparable en toda Europa.