IGNACIO CAMACHO-ABC
- El punto débil del líder del PP es que el juego sucio lo deja algo perplejo, le bloquea la iniciativa y le resalta los defectos
Cuando alguien llega a Madrid para ocupar un puesto de responsabilidad en una empresa, una institución, un partido político o hasta un equipo de fútbol, nada más bajarse del Ave en Atocha recibe una patada (metafórica) en la rodilla y si se cae o se dobla lo rematan con otra en la boca. Sucede a menudo en las capitales de Estado, donde la competencia exige piel de elefante, colmillos de fiera y ojos en la nuca para vigilar a todo el que se acerca. Esa cautela preventiva la traía Feijóo de su tierra gallega al asumir hace justo un año el liderazgo de una derecha a punto de autodestruirse en una feroz querella interna; lo que acaso no esperase es la dureza que impera intramuros de la M-30. Y lo que ha visto es sólo una muestra. A partir de ahora va a sufrir una cacería inclemente, una ofensiva de exterminio ‘ad personam’. Toda la fuerza del poder concentrada en su contra para rebajar por cualquier método sus expectativas de victoria.
El sanchismo le ha visto el punto débil: el juego sucio lo deja algo perplejo, lo pone a la defensiva, le resalta los defectos y le hace cometer errores de inexperto. Todavía no se ha acostumbrado a moverse sin la hegemonía de los medios. La jefatura de la oposición es un trabajo difícil de desempeñar por teléfono, sin escaño en el Congreso y sin los recursos públicos de una Ayuso o un Moreno. Le falta eco para comunicar su proyecto, que tampoco está claro más allá de la intención de desalojar al Gobierno, y se le nota incómodo en el cuerpo a cuerpo. De aquí a las generales tendrá que afrontar una campaña destinada a bloquearle la iniciativa, agrandar sus defectos, destruir su imagen de solvencia y someterlo a una guerra de nervios que le provoque tropiezos e interrumpa su crecimiento. El objetivo, difícil pero no imposible, es rebajar la intención de voto del PP al treinta por ciento.
Aun así, tiene a favor la inercia sociológica, la pulsión de cambio. Su llegada coincidió con el momento en que la falta de credibilidad de Sánchez, su acumulación de contradicciones, bandazos, despropósitos y engaños, hizo crisis en forma de una sacudida de hartazgo y empujó a la coalición gubernamental cuesta abajo. Hay una manifiesta demanda de sensatez, de seguridad, de confianza en el mando, y para que la alternativa triunfe sólo necesita consolidar ese estado de ánimo. Ayudaría una oferta de regeneración institucional, pero ni siquiera es imprescindible un programa ideológico definido o una contundente declaración de principios porque los partidos `atrapalotodo´ construyen mayorías desde el pragmatismo. Es el desplome del Ejecutivo lo que ha otorgado a Feijóo la vitola de favorito. Para conservarla le basta con esquivar las zancadillas, mantener el equilibrio y dejarse llevar por el instinto. Aunque ha habido ocasiones en que ventajas más amplias se han perdido por aceptar algún tipo de invitaciones al suicidio.