ISABEL SAN SEBASTIÁN-ABC

  • Un ‘pacto entre caballeros’ para que gobierne la lista más votada es incompatible con el presidente del Gobierno

Cuando Alberto Núñez Feijóo aterrizó en Madrid para hacerse cargo de un PP abierto en canal, cuyos votantes se fugaban en masa hacia Vox, hizo una declaración solemne: «Yo no he venido a insultar a Sánchez, sino a ganarle». La primera parte de ese compromiso la ha cumplido a rajatabla, a pesar de las constantes descalificaciones personales que tanto el presidente como sus voceros le dedican cada día. La segunda resulta más difícil de lograr, sobre todo si en el intento confunde táctica con estrategia o comete errores de bulto como fiarse del adversario a quien pretende derrotar.

El candidato popular ha convertido en ‘leit motiv’ de su campaña la oferta formal al PSOE de que gobierne la lista más votada, lo cual está muy bien como vía de escape a la inevitable pregunta de si pactará con Abascal, pero no es en modo alguno una propuesta viable, como él mismo debe saber. Y no lo es por varios motivos. Primero, porque para cambiar la ley electoral se necesita una mayoría absoluta que nadie va a alcanzar en solitario. Segundo, porque los socialistas ya han demostrado que prefieren entenderse con sediciosos, filoterroristas y populistas de extrema izquierda antes de alcanzar cualquier acuerdo con esa ‘ultraderecha’ en la que engloban a todos cuantos no comulgan con sus dogmas y sus políticas. Tercero, y principal, porque Pedro Sánchez es un mentiroso consumado en quien no se puede confiar. La fórmula ‘pacto entre caballeros’, utilizada recientemente en varias informaciones en referencia a un eventual convenio tácito entre las dos fuerzas mayoritarias para atenerse a esa máxima de dejar paso al más votado, es incompatible con la figura del inquilino de La Moncloa. Un embustero sin honor, que incumple sistemáticamente sus promesas y no dudaría un instante en traicionar su palabra.

Todos los sondeos indican que tras las próximas elecciones el centroderecha habrá de avenirse si quiere expulsar del poder a ese Frankenstein empeñado en robarnos la soberanía para convertir España en una república irreconocible. La suma de ese electorado otorgó a Mariano Rajoy 186 diputados, que él malgastó hasta el punto de acabar fragmentando en tres lo que había heredado unido. Desaparecido Ciudadanos, quedan PP y Vox para repartirse el pastel, conscientes de que su fuerza negociadora dependerá de lo que obtenga cada uno de ellos en las urnas. Los de Feijóo miran a su izquierda, y hacen bien, en aras de afianzar la absorción de Cs y atraer a los descontentos del PSOE o cuando menos desmovilizarlos. Los de Abascal, nerviosos por su retroceso en las encuestas, crean problemas a sus socios en Madrid o Castilla y León y hasta embisten contra los medios que más los han apoyado. Se equivocan de enemigo, salvo que hayan decidido instalarse en la oposición en lugar de contribuir a consolidar una alternativa.