IGNACIO CAMACHO-ABC

  • No hay sistema electoral perfecto. Lo importante es que tengan consenso y tiempo para alcanzar arraigo duradero

En el amplio paquete de medidas de regeneración institucional presentadas por Feijóo en el muy simbólico escenario de San Felipe Neri, sede de las Cortes de Cádiz, la de la reforma electoral podría y acaso debería haber quedado aparte. Para otra ocasión u otro contexto, porque su carácter de urgencia objetiva no está claro y en todo caso necesita un tratamiento más meditado. En primer lugar, al tratarse de una propuesta de mayor alcance popular corre el riesgo de opacar a las otras en el debate público y restar relevancia a un programa bastante razonable en conjunto, aunque tal vez algo corto en materia de compromisos derogatorios. En segunda instancia, la idea adquiere un cierto aire de oportunismo al aparecer planteada ante la proximidad de unos comicios. Y en último término, mientras las demás iniciativas corresponden al ámbito legítimo de un programa unilateral de gobierno, la modificación de una base esencial del sistema no debe –aunque legalmente se pueda– abordarse sin consenso.

Y no lo va a tener, como el mismo líder popular bien sabe porque el PSOE, al menos el PSOE de Sánchez, no está en absoluto dispuesto a renunciar a la baza clave de alianzas que le permitan remontar un resultado desfavorable. La música de «todo para el ganador» puede sonar bien a quienes desean –deseamos, para ser sinceros– potenciar mayorías estables que acaben con el trapicheo de una política de mercado negro donde grupos de baja implantación imponen sus criterios con técnicas negociadoras propias del estraperlo. Pero no todo el mundo está de acuerdo y sin un respaldo transversal, de tres quintos como mínimo, parece inconveniente aventurarse a cambiar un elemento tan crucial como las reglas del juego. Todas las leyes y mecanismos electorales, y mira que hay, tienen sus virtudes y sus defectos, de modo que lo sensato es que el escogido se mantenga en el tiempo hasta alcanzar un arraigo social duradero.

Sucede, además, que ese proceso es susceptible de volverse incontrolable una vez abierto. Y que enseñarle esa carta a un mago de las trampas equivale a ofrecerle el pretexto para su particular lance de ventaja, que obviamente se orientaría en dirección contraria. En el entorno sanchista hay voces que ante la perspectiva verosímil de una derrota calientan la oreja del presidente sugiriéndole diversas maniobras en las cuales la izquierda barrunta oportunidades beneficiosas. La diferencia consiste en que el Ejecutivo y sus aliados están en condiciones de actuar ahora, no en la legislatura próxima. Hablamos de rebajar la edad del voto, de ampliar el de los extranjeros o incluso de aumentar la proporcionalidad en provecho de los partidos pequeños, y de hacerlo con un simple 51 por ciento. Sin duda puede haber métodos mejores pero cuidado con abrir sin la precaución debida esa clase de melones. Porque hay veces en que uno los cala y otros se los comen.