Javier Caraballo-El Confidencial
- Un presidente del Gobierno no puede negar la representatividad de la oposición, como suele hacer Pedro Sánchez
La prueba del ‘efecto Feijóo’ del que hablan las encuestas está en la práctica parlamentaria y, por esa razón, la abstención de los diputados del Partido Popular para sacar adelante el ‘decreto anticrisis’ es la demostración de que un aire nuevo se ha instalado en el primer partido de la oposición en España. Cuando el presidente del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, afirma que es partidario de que en España gobierne la lista más votada, como dijo en su entrevista con El Confidencial (“Si al PSOE le preocupa Vox, sigue vigente mi oferta para que gobierne la lista más votada”), la secuencia se completa con un hecho aún más insólito en nuestra democracia: que la oposición facilite el gobierno de quien ha ganado unas elecciones con la mera abstención en algunas de las votaciones fundamentales para la gobernabilidad.
La dinámica perversa de la clase política española consiste en comenzar la campaña electoral al día siguiente de contados los votos, cuando se ha proclamado a un ganador de las elecciones. La oposición se convierte en obstrucción y el gobierno, en venganza y cerrazón. Ningún interés de Estado, nada que pueda ser beneficioso para los españoles, logra progresar de común acuerdo, porque se sobrepone siempre el objetivo de derribar al Gobierno constituido o de liquidar, de ignorar, a la oposición. Una cosa lleva a la otra y, por lo tanto, si se tiene la creencia firme de que en España debe gobernar la lista más votada, el paso siguiente, obligado, es facilitar la gestión del Gobierno, aun con una abstención que, en puridad democrática, en nada compromete a la oposición. Se trata solo de primar el funcionamiento de las instituciones, no el bloqueo, no el acoso y derribo del Gobierno. Aunque se trate del adversario político o, precisamente, por eso.
El ‘efecto Feijóo’ debe suponer una forma distinta de hacer política, alejada del pasado reciente de Pablo Casado, que quiso hacerse mayor como líder con una política agria, quizá para intentar sobreponerse a su propia inseguridad como presidente del Partido Popular. Alberto Núñez Feijóo responde a eso que Mariano Rajoy define como ‘política de adultos’, que es, según su propia definición, “una apuesta por la democracia, por la sensatez, por el sentido común, la moderación y el equilibrio”. Lo único que no puede tolerar una ‘política de adultos’, en consecuencia, es la estrategia negacionista que ha seguido el Partido Popular desde que Pedro Sánchez es presidente del Gobierno, oponiéndose a considerarlo como tal. Eso que tantas veces habían repetido Pablo Casado y todos sus portavoces, cuando afirmaban que “Pedro Sánchez es un presidente ilegítimo”, la mayor aberración que puede darse en una democracia, el no reconocimiento de la voluntad expresada en las urnas, por muy contraria que pueda ser a nuestros ideales, a nuestros intereses o, incluso, a nuestros temores.
Esa dinámica obstruccionista solo engendra monstruos y despropósitos, como aquella votación de la reforma laboral a la que los diputados del Partido Popular se opusieron, a pesar de que se convalidaba la mayoría de lo que ellos habían dispuesto unos años antes. Que todo acabase en esperpento, con la múltiple equivocación al votar de uno de ellos, el llamado Casero, fue un guiño inequívoco del destino que aguardaba a Pablo Casado al frente de su partido. Si dicen que Núñez Feijóo era, en ese momento, uno de los barones regionales del Partido Popular, junto al andaluz Juanma Moreno, que defendían la abstención, ahora, en este momento, frente al ‘decreto anticrisis’, tiene la oportunidad de demostrar que el Partido Popular ha enterrado la etapa negacionista del ‘presidente ilegítimo’.
Todo lo demás, a partir de esa predisposición, le corresponde al presidente del Gobierno y líder de los socialistas, Pedro Sánchez, adoptando también una estrategia distinta a la mantenida hasta ahora. Con la abstención ante el decreto de medidas económicas por la crisis de Ucrania —y las que se arrastraban antes—, el Partido Popular demuestra su cambio de estrategia política y, a su vez, pone a prueba al presidente socialista. Cuando se afirma que el signo de la política española es la negación del adversario, porque a partir de esa confrontación elemental se construyen los discursos, el primer exponente de esta perversidad ha sido siempre el Partido Socialista. Pedro Sánchez ha reclamado siempre acuerdos de Estado al Partido Popular, pero nunca ha hecho nada por facilitarlos. La oposición cerril de Casado, sumada a la del líder de Vox, Santiago Abascal, es el frontón en el que se recrea la estrategia socialista. Y también eso tiene que cambiar.
De la misma forma que una democracia no puede admitir la negación de quien ha ganado unas elecciones, un presidente del Gobierno no puede negar la representatividad de la oposición, como suele hacer Pedro Sánchez. En una de sus últimas intervenciones en el Congreso de los Diputados, al presidente Sánchez le traicionó la espontaneidad cuando, al dirigirse a la portavoz de los populares, le dijo: “Nos gustaría saber si ustedes van a apoyarnos o van a continuar estorbando los próximos meses con la ultraderecha”. ‘Estorbar’, esa fue la traición léxica del líder socialista: quien no está con él, estorba. Nadie estorba en una democracia porque sus ideas sean distintas; solo se estorba en una autocracia, esa es la ley de los tiranos. El ‘efecto Feijóo’ afronta su primera oportunidad para demostrar que es verdad que el PP ha cambiado, que se ha instalado en la ‘política adulta’ que reclaman, y deben hacerlo con el convencimiento de que nada es imposible en una negociación política cuando se tiene claro el objetivo. Y, porque al hacerlo, a quien pone a prueba el PP de Feijóo, solo con su abstención, es al presidente Pedro Sánchez, cada vez más fustigado por sus socios.