Este viernes, lo más probable con diferencia es que Alberto Núñez Feijóo vea rechazada su investidura como presidente del Gobierno, derrotado en la votación por la coalición antisistema de más de veinte partidos liderada por Pedro Sánchez, también más que probable futuro presidente. Pero entre tanto, Feijóo habrá cruzado su particular puente de los asnos (pons asinorum en latín, que siempre suena mejor). No lo digo por su magistral réplica a Óscar Puente (feliz coincidencia), rijoso diputado tabernario con artes de boxeador sonado al que un Sánchez en la cumbre de la inseguridad política y de psicopático desprecio por los demás encargó, pero para salir vapuleado por alusiones, aplastar al candidato Feijóo.
Una coalición destructiva
Hemos visto a un Feijóo que no entusiasma ni galvaniza en el discurso, pero vapulea al rival despectivo con las armas de los datos, la sorna y la ironía, patrimonio de la inteligencia. ¿Y los asnos?: paralizados en el puente. El “puente de los asnos” es una antigua imagen académica referida a demostraciones que por su dificultad seleccionan a los estudiantes capaces de cruzarlo con éxito o condenados a quedarse en la orilla de salida. Y el puente de los asnos que ha cruzado Feijóo, dejando en el otro lado al grupo asnal con dos palmos de narices, era demostrarnos que es un líder capaz de enfrentarse y vencer a la destructiva coalición de separatistas, golpistas, terroristas, comunistas y sanchistas simples. Es la coalición que busca derogar de facto la Constitución del 78 mediante una amnistía de límites desconocidos, pero que si acoge a Puigdemont acabará acogiendo a Josu Ternera, para seguir con referéndums de autodeterminación que destruyan la igualdad ciudadana y nieguen el derecho de todos los españoles a decidir cómo queremos que sea nuestro país común.
Déjenme volver a una noticia de unos días atrás que permitirá entender mejor este puente de los asnos y el paisaje político que abre a quien sepa cruzarlo. El lunes pasado, este diario publicó una encuesta muy significativa sobre el apoyo popular a la amnistía de Sánchez. El resultado es de los que obligan a revisar los prejuicios sobre la división izquierda-derecha como eje exclusivo de la política española. En efecto, casi el 100% de los consultados que habían votado a PP y Vox estaban en contra, pero también más del 50% de los votantes al PSOE. A partir de ahí, el apoyo era mayoritario entre los votantes de Sumar y, por supuesto, de los separatistas.
El rechazo de la Constitución, pero también de la reforma constitucional por la vía legal, une a los pequeño-burgueses radicalizados del PNV, Bildu, ERC y Junts
Esa diferencia dibuja una distinción emergente entre demócratas y antisistema. Quienes apoyan la democracia sin reservas saben que una amnistía como la pactada en secreto para hacer presidente a Sánchez servirá, sobre todo, para dinamitar el sistema democrático del 78. A la inversa, quienes la defienden la apoyan o por ignorancia de lo que es o porque son antisistema (o por ambas cosas, como los de Sumar). El rechazo de la Constitución, pero también de la reforma constitucional por la vía legal, une a los pequeño-burgueses radicalizados del PNV, Bildu, ERC y Junts, y a los comunistas e izquierdistas de variado pelaje revueltos en Sumar y el ahora partido zombi PSOE. Como sintetizó Aitor Esteban, con inconsciente sinceridad y convertido en el mejor portavoz de la coalición sanchista, “entre Feijóo y la amnistía, nosotros elegimos amnistía”, lo que debe traducirse como “entre el sistema constitucional y su demolición, elegimos la demolición” (nada pone más al burgués irresponsable que una revolución cuyas consecuencias paguen los más vulnerables e indefensos).
La demolición del sistema constitucional significa la derrota de la Transición, el triunfo del terrorismo y del golpismo, del anticapitalismo fanático y de la simple idiotez militante que odia a la igualdad y las libertades públicas, porque el idiotismo es la ideología que cementa la ineptocracia iliberal. La amnistía que han pactado, la llamen como la llamen, representa el apogeo de la cobardía -por eso Sánchez se niega a defenderla-, la irresponsabilidad política y el cainismo sectario.
La amnistía como línea roja
Los argumentos contra la amnistía son, como es natural, más intuitivos que jurídicos o filosóficos: quienes la rechazan se percatan de la aberración implícita en aprobar por ley que determinados delitos nunca han ocurrido, que las leyes que los penaban eran ilegítimas, como los tribunales y fuerzas de seguridad que las aplicaron. La amnistía, en efecto, no es un instrumento de “alivio penal” o cualquier otro cobarde eufemismo, ni siquiera de perdón como es el indulto, sino de condena y derogación de un régimen juzgado y condenado por ilegítimo en su totalidad.
Esa es la gran línea roja que descubre la encuesta citada arriba: la que separa a la gran mayoría (votantes del PP, Vox y más de la mitad del PSOE: más del 70%) que defiende la democracia de quienes quieren derribarla para entregarse al placer de sus vicios particulares, desde convertirnos en la Cuba de la Unión Europea a imponer las repúblicas supremacistas catalana y vasca, convirtiendo a los criminales en héroes y expulsando al pluralismo de estas regiones. Fantasías que de materializarse no tardarían en chocar violentamente, del mismo modo en que en la pasada guerra civil el bando republicano albergó la desdicha adicional de conflictos entre republicanos y separatistas, aplastamiento de partidos hostiles a Moscú, como el Poum, lucha sangrienta entre comunistas y anarquistas en las calles de Barcelona y el golpe de estado en el triste final de Madrid; si no lo creen, basta con ver cómo trata Sumar a Podemos.
El desafío inmediato de Feijóo es pasar a liderar a la mayoría democrática y derrotar a la minoría antisistema de Sánchez. Necesita incluir a esos votantes de izquierda que no quieren saber nada de amnistía por las razones expresadas por Felipe González, Alfonso Guerra y Nicolás Redondo. Si impedir el derribo de la Constitución ya es en sí mismo un objetivo común, sin embargo ya no basta con volver atrás, al arranque del empinado puente de los asnos, sino que es necesario ir más allá para proteger la democracia española y no ser arrastrados de nuevo a otro principio del fin.