LIBERTAD DIGITAL 28/11/14
ANTONIO ROBLES
A veces un pequeño detalle nos desvela los crímenes más perfectamente urdidos. Sobre todo cuando la lógica del mal necesita ocultar sus objetivos. Una de sus formas preferidas es negar, y en su caso proyectar sobre las víctimas, toda denuncia que desvele su impostura. Lo vemos a diario en Cataluña, el nacionalismo más xenófobo y excluyente se rasga las vestiduras cada vez que un disidente les recuerda las coincidencias entre el proceder antidemocrático de regímenes bananeros con su proceso secesionista, o cuando ven en la muerte social del disidente similitudes con los programas de satanización de los judíos en la Alemania nazi. Acusan de banalización del mal, dramatizan ofensas, simulan, en fin, la dureza de ser víctima a perpetuidad. Todo para ocultar sus fechorías. Abrazados al complejo de Gandhi, señalan al disidente con la cruz del anticatalanismo y sentencian su muerte social. Pura coherencia la suya.
Pero a veces un pequeño detalle los delata. Así ha pasado con la campaña desatada contra el cava catalán Freixenet. Su crimen, haber brindado en su anuncio de Navidad de este año con el eslogan: «Por los próximos cien años juntos, felices Fiestas con Freixenet».
Las redes sociales se han convertido en una cloaca. Desató el boicot la diputada por Gerona de CiU Elena Rivera con un tuit: «Freixenet buscando no perder cuota de mercado brinda por cien años juntos. Acaba de perder dos millones de consumidores catalanes… potenciales». Es la señora que nos anunció a Mas como Mesías en un vídeo magistral tiempo atrás.
Seguir la retahíla de tuits envenenados de odio contra una de las empresas emblemáticas del cava catalán nos debería hacer reflexionar. ¿Qué maldita ideología es esa que lleva a sus seguidores a perseguir a los propios ciudadanos catalanes por los que dicen luchar? ¿Qué catalanismo es ese que de tanto odiar a España en nombre de la libertad de Cataluña acaba destruyendo lo mejor de ésta?
Quienes aún no se han percatado de la limpieza étnica de esta ideología nacionalista deberían empezar por preguntarse por qué insignes catalanes como Eugeni d’Ors, Josep Pla, Josep Tarradellas, Dalí o el propio Albert Boadella son ignorados –en el mejor de los casos– o eliminados del imaginario catalán –en el peor–, como si fueran malos catalanes, traidores, indignos de ser reconocidos por la patria. Con ocasión del tricentenario de 1714, nos recuerda Albert Branchadell su naturaleza sesgada, donde el aproximadamente 25% de catalanes seguidores de Felipe V ha sido borrado de la historia, como si nunca hubiera existido. La cuestión es hacernos creer que toda Cataluña era austracista. Pero ahí estuvieron, algunos, además, decisivos en la implantación del centralismo borbónico. Como el redactor del Decreto de la Nueva Planta, el jurista Francesc Ametller i Perer, o Josep d’Alòs i Ferrer, «uno de los hombres que más influyeron en la reorganización del Principado catalán según el patrón felipista», o el geógrafo Josep Aparici, con influencia directa en la reorganización del catastro.
Los que aún no lo ven, los que aún no aceptan que en las últimas tres décadas el nacionalismo ha excluido, ha decretado la muerte social de cientos de miles de ciudadanos catalanes por el mero hecho de ser castellanohablantes, sentirse españoles o simplemente no aceptar el ideario nacionalista, deben abrir los ojos. Si se atreven a decretar un boicot a una de las empresas emblemáticas del cava catalán, a uno de sus embajadores más cualificados en el mundo, ¿qué no harán con ciudadanos individuales e indefensos, olvidados por todos, incluso por el Estado español?
La señora se ha disculpado, alguien la habrá llamado al orden. No está mal, pero el detalle da escalofríos.
Felices Fiestas con Freixenet.