Almuerzo con un altísimo ex dirigente socialista que me da algunas pistas. Con la misma prudencia que un diplodocus pisando huevos, en las tramoyas del PSOE se empieza a dejar caer que con Sánchez no se va a ninguna parte y con quienes ha estado gobernando, menos. Desde Nicolás Redondo Terreros a Joaquín Leguina, pasando por alguien como Alfonso Guerra, el orteguiano “No es esto, no es esto” está pasando de ser un coro bocca chiusa a adquirir potencia sonora. Sólo la precipitada convocatoria de las elecciones ha salvado a Sánchez de una reacción firme por parte de ese cada vez mayor número de socialistas que están hasta los mismísimos del autócrata monclovita y sus jaimitadas. Porque, aunque el coro griego del que se ha rodeado Sánchez sea numeroso, no duden que hay más gente en el partido con ganas de echar a Sánchez que de mantenerlo. Que no sea un grito se debe a que los partidos en España son organizaciones piramidales en las que uno manda y el resto obedece.
Con Sánchez no se va a ninguna parte y con quienes ha estado gobernando, menos
Tiene por eso mayor relevancia que exista gente dispuesta a decir “basta”. Algunos opinarán que a Felipe González esto le pilla de vuelta y que su recientísima llamada de atención al Divo del Falcon es un brindis al sol. No lo crean. Justamente por esa ideología monolítica, el partido suele prestar oídos a lo que dice quien fue amo del PSOE durante décadas con el beneplácito de la Internacional Socialista y el todopoderoso Willy Brandt. Y de los EEUU. Y de Europa. Y de la NATO. Y de eso que antes llamábamos poderes fácticos. Debido a esto, en Moncloa ha cundido el pánico al saber que Felipe ha dicho que Sánchez debería permitir que gobernase la lista más votada, añadiendo que no se debe pedir nada a cambio. Porque la vía felipista es el retorno al pacto. Negociar cada ley, los presupuestos, la política autonómica, en fin, lo que se vino haciendo durante la Transición que, se diga lo que se diga, no nos salió tan mal. A Sánchez le ha sentado como un tiro, porque ni quiere ni sabe negociar. Pero esa será la decisión que, caso de que Feijoó gane las elecciones aunque no pueda gobernar por faltarle algún que otro escaño incluso con VOX, tendrá que tomar. Sánchez desea que, si pierde y no consigue revalidar su Frankenstein, el PP tenga que asumir un gobierno con el apoyo de Abascal. Eso no sería problema si desde Génova no hubiesen sido los primeros en demonizar a un partido perfectamente constitucional en lugar de cargar las baterías contra de los aliados del sanchismo: bilduetarras, golpistas, comunistas. Lo peorcito de cada casa.
En Moncloa ha cundido el pánico al saber que Felipe ha dicho que Sánchez debería permitir que gobernase la lista más votada
Felipe teme, con razón, que si se repite el desgobierno con un Sánchez crecido lo poco que va quedando de aquel sistema que nos ha permitido cuarenta años de democracia se vaya al carajo. De ahí que llame al orden a Sánchez, invocando al pacto y a permitir que facilite la investidura de Feijoó si se diera el caso, lo que no presupone ni un pacto de legislatura ni un acuerdo de gobierno. Pero para que eso sea así Sánchez debería hacerse a un lado, porque él jamás consentirá tal cosa. Decimos jamás sabedores de que el infrascrito suele cambiar de opinión. Ciertamente, Sánchez va cuesta abajo y sin frenos, pero vean como en las últimas encuestas va recuperando terreno poco a poco. Lo peor sería que, perdiendo ante el PP, éste no pudiera gobernar. Por eso Felipe, experto y hábil costurero desde Suresnes, donde se cepilló a la vieja guardia de Llopis y a la masonería que lo apoyaba, lo que por aquel entonces no fue grano de anís, haya cogido aguja e hilo intentando hacerle un zurcido a un PSOE que navega entre el desastre y la nada. Un auténtico encaje de bolillos.
Todavía queda mucho por ver.