Antonio Casado-El Confidencial
- Para proteger a una minoría vulnerable, no hace falta estigmatizar la cultura como perversa asignadora de roles
Tres escenas y una misma secuencia en la vida de Felipe González, muy solicitado estos días en los circuitos políticos, mediáticos y editoriales, por el 40 aniversario de la barrida socialista del 28-O. La conmemoración ha venido a coincidir con una época cargada de incertidumbres, una guerra en el corazón de Europa y una crisis económica de efectos devastadores en las capas más vulnerables de la sociedad.
Primera escena:
El expresidente del Gobierno está en Toledo para hablar de sequía e incendios forestales, pero una nube de intrépidos reporteros le rodea de micrófonos y cámaras para que valore el retraso en la tramitación parlamentaria de la ley trans.
Segunda escena:
González los mira como los espectadores de la película ‘Titanic’ miraban a la orquesta mientras el barco se hundía, pero no dice nada y sigue caminando, mientras evoca para sus adentros el cariz de la ruidosa controversia entre transfobia y transfilia, lo queer y lo binario, la autodeterminación libre y la autodeterminación informada, identidad de género e identidad de sexo… y así sucesivamente.
Tercera escena:
Ante la insistencia de los reporteros, el histórico dirigente del PSOE se detiene con cara de pocos amigos y, por fin, responde. Pero no busca la respuesta en ciencia propia, sino en la sorna de una atareada campesina gallega interpelada por un comando feminista (dígase ‘woke’, si se quiere estar al día) de paso por la aldea, porque en su corral un gallo estaba abusando de una gallina: «¡Váyanse al carajo!».
Me refiero al virtuoso arropamiento a la minoría vulnerable de niños-niñas que se sienten incómodos en la identidad adjudicada
Y ahí se cierra una secuencia real como la vida misma que nos acerca-nos distancia al debate ‘gourmet’ que están librando los transactivistas contra los transfóbicos por cuenta de la asignación de género inspirada en la cultura (lo aprendido, en innumerables formas de socialización) o en la biología (solo uno de dos sexos, el asignado por la naturaleza).
Hay un aristotélico punto medio entre el desplante malhumorado de Felipe González y la doctrina defensora de la libérrima autodeterminación de género en la época inmadura del ser humano. Y no hace falta generar males mayores en el terreno de la igualdad hombre-mujer, cuyos avances tanto debemos a los movimientos feministas.
Me refiero al virtuoso, justo y necesario arropamiento a la minoría vulnerable de niños-niñas que se sienten incómodos en la identidad adjudicada en el Registro Civil (dígase ‘disfóricos’), como ya de hecho se viene haciendo en 15 de las 17 comunidades autónomas. Solo en los ámbitos de la educación y la sanidad que les son propios.
Es el sentido común y las aportaciones científicas de los expertos (educadores, psiquiatras, endocrinólogos…) lo que debe proyectarse
Sin campañas publicitarias en las que se venden identidades como si fueran planes de adelgazamiento. Con aspiración al BOE (eso es lo que les falta a los protocolos autonómicos), incurriendo en aberrante estigmatización de la cultura (perversa asignadora de roles). Como las activistas del ecologismo que estigmatizan a Monet o Van Gogh porque «la vida es más importante que el arte». O como Elon Musk, que se acerca a Vladímir Putin y estigmatiza los valores éticos porque no son tan importantes como la cuenta de resultados. Así es de líquida nuestra realidad.
Es el sentido común y las aportaciones científicas de los expertos (educadores, psiquiatras, sociólogos, endocrinólogos…) lo que debe proyectarse en el espíritu y la letra del «proyecto de ley para la igualdad real y efectiva de las personas trans y para la garantía de los derechos de las personas LGTBI», según la referencia del Boletín Oficial de las Cortes Generales a su entrada en el telar parlamentario por el procedimiento de urgencia.
La alarma ha sonado entre las voces más caracterizadas en las filas del feminismo vinculado al PSOE, como Amelia Valcárcel…
Las prisas responden al cálculo político de partidos a la izquierda del PSOE, del que quieren diferenciarse electoralmente. A saber: el de la vicepresidenta Díaz, que todavía es un acertijo, y el de la ministra de Igualdad, Irene Montero (Podemos).
También se adivina un cálculo político en la prolongación del plazo decidida por el PSOE (y apoyada por el PP) para presentar enmiendas al proyecto, en contra del acuerdo inicial de llevarlo por la vía rápida, pues si se aprobase según el texto entregado al Congreso, tendría efectos desmovilizadores del voto femenino en el electorado socialista.
De hecho, la alarma ha sonado entre las voces más caracterizadas en las filas del feminismo vinculado al PSOE, como Amelia Valcárcel, Ángeles Álvarez, Laura Freixas, Marina Gilabert, Victoria Sendón o la mismísima Carmen Calvo, ex número dos de Sánchez y ahora presidenta de la Comisión de Igualdad del Congreso, donde ha de tramitarse el proyecto de ley. Todas ellas están muy de acuerdo con la decisión de la Moncloa de no legislar con prisas en un asunto que lleva adosada una bomba social.