Isabel San Sebastián-ABC
- Los políticos están en salvar la poltrona y nos atrapan en una red de improvisación e insolidaridad
Esta de 2020 va a ser, sin lugar a dudas, la Navidad de la soledad. Seguramente resulte indispensable desde el punto de vista sanitario, no lo discuto. Doctores tiene la cosa pública que aconsejan encapsularnos a cal y canto en eso que denominan «burbujas de convivientes», por mucho dolor que provoque esa condena a quienes conviven consigo mismo y ponen toda su ilusión en la llegada de estas fechas para poder abrazar a los seres queridos que añoran. Todo sea por evitar el colapso de los hospitales y reducir en lo posible el número de fallecimientos. El área de competencia de los «expertos», o de quienes se atribuyen tal papel desde la más profunda ignorancia, es la salud de los cuerpos, no la de las emociones, ignorando que la pena, el abandono, la desesperanza, la ausencia de una «burbuja» dentro de la cual cobijarse pueden resultar tan letales para muchas personas como el propio virus asesino. La tristeza sostenida en el tiempo también acaba causando la muerte. Me consta.
Esta Navidad las restricciones traerán soledad a raudales; un efecto secundario del Covid cuyos daños nadie se ha tomado la molestia de evaluar. Estamos metidos de lleno en el «sálvese quien pueda» a escala social, nacional y global, sin que exista nada parecido a un plan pensado a gran escala para ofrecer otra cosa que aislamiento y resignación. Si faltaba alguna prueba, la aparición de una cepa nueva en el Reino Unido ha terminado de demostrar hasta qué punto esta pandemia pone de relieve las enormes carencias de los poderosos, mientras los de a pie, sufridores de su incapacidad, soportamos las consecuencias de sus medidas erráticas. Algunos líderes europeos se han apresurado a cerrar sus fronteras, en un vano intento de crear compartimentos estancos, mientras otros, como nuestro Sánchez, se ponían de perfil para finalmente tomar una decisión salomónica que al menos permite a los españoles regresar a su país. Algo es algo. Por lo demás, nadie ha ofrecido ayuda a las víctimas que afrontan en primera línea este nuevo embate de la plaga. Los políticos han priorizado lo suyo, que es conservar la poltrona, convirtiéndonos a los ciudadanos en rehenes de su inepcia atrapados en una red de improvisación e insolidaridad. Lo mismo sucedió aquí, entre comunidades autónomas, cuando el presidente castellano-manchego, seguido de cerca por otros próceres autonómicos, acusó a los madrileños de propagar la infección en el momento en que la capital reflejaba los peores datos. Reproches, señalamientos, acusaciones, mezquindad.
Este aciago 2020 se despide pisoteando nuestras libertades más sagradas: besar a quienes amamos, visitar a la familia, circular por el territorio nacional, disfrutar de los amigos. La pandemia nos obliga a aceptar lo inaceptable sin rechistar, los gobiernos cercenan derechos que creíamos inalienables y todo apunta a que el Año Nuevo tampoco nos dará tregua. Refugiémonos por tanto en el santuario de los afectos, que nadie nos puede robar. ¡Feliz Navidad, amigo lector! Feliz soledad.