JORGE BUSTOS-EL MUNDO
DE UNA España que idolatra la cocina, el gimnasio y las mascotas ya estaba tardando en bajarse Rafael Sánchez Ferlosio, que consagró su vida a las anfetas, la sintaxis y los hombres. Tiene suerte de haberse muerto antes de tener que soportar la humillación del elogio unánime, el gran contestatario devenido autoridad, el iconoclasta hecho mármol, el ceñudo revelado en su ternura. Lo cierto es que el inmortal ha muerto y ha hecho bien, porque nada de lo que podía ofrecerle el mundo podía ya interesarle.
El columnista capaz de escribir «sinaítico» porque quizá veterotestamentario le parecía manido está mejor en los libros de texto –¿los hay aún?– que en su tertulia del barrio de la Prospe. El español que se medía con Ortega, y en ocasiones lo vencía, no tenía espacio en los zascas de Twitter. El humanista que acusó a Walt Disney de ser «un corruptor de menores nunca bastante execrado, el más mortífero cáncer cerebral del siglo XX», jamás habría podido exonerar a sus discípulos, especistas descongelados que propugnan los derechos humanos de los animales. El anarquista que clamaba lo mismo contra «el furor de dominación» del Estado y contra «el furor de lucro» del mercado no encajaba en el troquel binario con que se empeñan en seguir sexándonos como a pollos sin cabeza. El ciudadano ahíto ya en los 80 de la «empachosa onfaloscopia» –omphalós en griego significa ombligo– por la que la lucha cívica de la igualdad cedía al empuje disgregador de las identidades no resistía otra ojeada a los frentes judaicos populares en que ha degenerado la izquierda. El ateo irreductible que se mofaba del macizo de la raza marcha de aquí antes de aguantar la nueva ola de narcisismo folclórico que esencializa la romería del Rocío o eleva la tauromaquia a misión histórica. El moralista escatológico que denunciaba «la moral del pedo» ha preferido morirse antes de seguir oliendo el tufo a sacristía laica de tanta oenegé, colectivo, minoría, activista de agravio vivo e intestino muerto cuyo gas noble solo complace al que por su culo lo predica. Y el jacobino, en fin, que hace un año ya confesaba el tedio oceánico que le producía el tabarrón catalán ha decidido fallecer oportunamente antes de seguir tolerando «esta peste catastrófica de las autonomías, las identidades, las peculiaridades distintivas, las conciencias históricas y los patrimonios culturales», por culpa de lo cual la inteligencia de los españoles –afirmaba– va degradándose hasta acercarse peligrosamente a los umbrales de la oligofrenia.
Ahora que se ha ido el sabio, los tontos seguirán felices y los listos respirarán aliviados, y todos afrontaremos así con renovada energía esta campaña donde toda mezquindad tiene su asiento y todo pedo identitario encuentra su habitación.
Descanse RSF en su guerra eterna. Amén.