ABC-JON JUARISTI
La desaparición del Estado supone la feudalización del territorio y la guerra civil
HAY naciones sin estado, pero no me refiero a Cataluña. El mejor ejemplo que se me ocurre de una nación sin Estado es México. Es verdad que parece tener un estado, o muchos estados, porque, encima, se las da de ser un Estado de estados, un Estado federal, pero ni el Estado ni los estados de México sirven para otra cosa que para rendirse al crimen organizado, como se ha visto esta semana en Sinaloa, y se ve cada día en Michoacán, en Chihuahua, en el DF y donde se les antoje a los cárteles. Es el México de López Obrador, el pendejo que nos exigía pedirle perdón de rodillas por haber destruido la gloriosa civilización azteca. Pues mira tú quién nos lo exigía: nada menos que AMLO, que ha regalado el país a los narcos, o sea, a los aztecas del siglo XXI, a los señores caníbales de la nueva guerra florida, a los sacerdotes de la Santa Muerte.
Pero, a pesar de ello, a pesar de la feudalización del territorio, México es una nación. Desde el Chapo Guzmán hasta el último de los policías asesinados por sus sicarios (y los sicarios mismos, por supuesto), todos se sienten mexicanos y a ninguno de ellos se le ocurre separar un trozo del territorio nacional para montar una nación alternativa. ¿Qué ganarían con ello? Los narcos, nada. Están mucho más a gusto en un amplísimo espacio nacional sin estado (o con López Obrador y su banda al frente, lo que viene a ser lo mismo). Por eso rezan a la Guadalupana, como todo el mundo, aunque le pongan velas a la Calaca, su divinidad privada y corporativa heredada de los aztecas, a los que Cortes aplastó para gran alegría de los demás pueblos autóctonos.
Una nación sin estado como México puede mantenerse, a costa del sufrimiento de la mayoría, de la corrupción endémica, de la miseria, del terror y de la interminable escapada de los millones de sobrantes a los Estados Unidos, que son una nación con un Estado de estados. México es una nación desgraciada, pero una nación sólida, por más que lo sea de verdugos y víctimas. Casi todos los mexicanos son una cosa o la otra, en distintos grados. Lo que no puede mantenerse por mucho tiempo es un estado sin nación, como el nuestro.
La nación española fue destruida entre 2004 y 2011 por un tipo bastante parecido a López Obrador. El Estado aguantó, pero empezó a cuartearse. Lógico, ya que el presidente del Gobierno no creía que detrás del Estado hubiera una nación ni que la función del Estado fuera servir a otro señor que a su partido (y a él mismo en primer lugar). Toda vez que no había una nación clara, ¿para qué iba a servir el Estado? Pues para ganar la guerra civil de una vez a la derecha y vengar al abuelito. O sea, para destruir la nación. Ganar la guerra suponía conchabarse con los separatistas catalanes, firmar la paz con ETA y entregar el País Vasco a los nacionalistas vascos, en los que la izquierda española ha visto siempre a los legítimos representantes políticos de una nación distinta a la española desde que la izquierda española existe. Es decir, desde el Sexenio Democrático, cuando no había aún nacionalistas vascos.
¿Hay estados sin nación? Quizá, pero no duran mucho tiempo. Cuando la nación se destruye (y entre 2004 y 2011 los socialistas destruyeron deliberadamente la nación) el Estado se divide y se rompe. Cataluña no es una nación. Es, simplemente, la parte por donde ha comenzado a romperse un Estado póstumo. Ahora bien, la desaparición total del Estado no supondrá la liberación de naciones oprimidas que ni existen ni han existido. La desaparición del Estado dará paso, como siempre ha ocurrido cuando un Estado desaparece (incluso si permanece la nación, como en México), a la feudalización del territorio y a la guerra civil.