ABC-LUIS VENTOSO

Primero comparó a Torra con Le Pen, luego aprovechó su apoyo y ahora no se le pone al teléfono

LA memoria es una facultad muy puñetera. Si te molestas en utilizarla, se convierte en un tremendo detector de cantamañanas. Contemplando estos días con pesadumbre el estallido de violencia separatista me venía a la mente que durante más de cinco años el PSOE y la prensa buenista a su vera clamaban a diario por el diálogo con estos mismos sediciosos que hoy incendian Barcelona y cortan autopistas. El desnorte del buenismo llegaba al extremo de establecer un reparto de culpas equitativo entre Rajoy y los independentistas. Quien inflamaba el conflicto catalán era el carpetovetónico Mariano, con su rancio empecinamiento en no dialogar. «Diálogo» era la palabra balsámica, el gran abrelatas, y en cuanto Madrid se pusiese a ello «el suflé» bajaría. Todavía hoy, con 182 heridos y un policía nacional en la UCI, el ministro Ábalos, una persona cabal a la que pierden sus desbarres dialécticos, ha soltado en un mitin que «lo que está produciéndose en Cataluña es la consecuencia de una acción u omisión de la gestión de Mariano Rajoy». Los ingenuos pensábamos que este gravísimo desafío contra España lo había sembrado taimadamente Pujol, que luego lo agitó Artur Mas para distraer sobre sus recortes y que finalmente los iluminados Junqueras y Puigdemont proclamaron la República, creyéndose su propia propaganda y pensando que el Estado no haría nada. Pero no, la culpa fue del PP.

La memoria, ay, qué bicho retorcido. Recuerdo también que el 18 de mayo de 2018 Sánchez compareció en Mérida y puso a parir a Torra: «Es el Le Pen de la política española», señaló el líder del PSOE, que lo tachó de «xenófobo y racista». Pero el día 31 de aquel mismo mes, Sánchez lanzaba una moción de censura contra Rajoy contando con el apoyo imprescindible del partido de Torra, al que solo trece días antes consideraba un dirigente execrable, racista y xenófobo. En julio de 2018 la relación ya iba viento en popa. Sánchez, deshaciéndose en sonrisas, recibía en La Moncloa a un Torra engalanado con su lazo amarillo. Tan bien se entendieron que en diciembre, hace solo once meses, el presidente de España toleró una suerte de cumbre bilateral con el de Cataluña en el palacio barcelonés de Pedralbes. Torra, lacito en solapa, entregó a Sánchez un documento con 21 exigencias, entre ellas, la renuncia al 155 y a la vía judicial, el reconocimiento del «derecho de autodeterminación» y una mediación internacional. Sánchez se metió el papelito en el bolsillo, ocultándoselo a los españoles, y el Gobierno explicó que todo había ido muy bien y que se sembraban las bases para un fructífero diálogo con el president. Una maravilla. Ayer, solo once meses después, Torra, el agitador de los CDR, telefoneó a La Moncloa. Sánchez, muy digno, no se puso, exigiéndole que antes condene la violencia. Eso hizo el Sánchez de este sábado. Pero hay muchos Sánchez. Tantos como hojas del calendario, porque a veces la amoralidad táctica es un modo de transitar por la vida.