FERNANDO SAVATER-EL PAÍS

  • Es más fácil violar las leyes que menospreciar las ordenanzas y los rituales burocráticos

Según Paul Claudel “el orden es el placer de la razón y el desorden la delicia de la imaginación”. En el mundo cuadriculado en que vivimos, el desorden se introduce siempre en la realidad como un zapador inesperado que reta a las autoridades y provoca una carcajada subversiva en algún desharrapado. En cambio el orden se pretende firmemente asentado en el tablero donde jugamos la vida: lo anhelan hasta quienes parecen menos dispuestos a mantenerlo. Es más fácil violar las leyes que menospreciar las ordenanzas y los rituales burocráticos. Un ejemplo: en el Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo, en Vitoria (debe abrirse al público este mes), se exponen las fichas que los aspirantes a terroristas tenían que rellenar para entrar en la banda. Cada una con su foto tamaño carnet y datos relevantes: su nombre revolucionario, el clásico nom de guerre con que se les apodaba (Potros, Ternera, Dienteputo, etcétera), si habían sido detenidos, lo que pensaban de ETA, motivos de su adhesión a la banda… en fin, lo corriente. Para completar el perfil humano también tenían que hablar de sus aficiones: la montaña, deportes al aire libre, la lectura (a este había que vigilarle, podía ser un infiltrado), incluso uno de ellos reconocía ser “mujeriego”. Siento empatía por este, era de los míos, seguramente se apuntaba al comando para ligar…

Sólo uno de los fichados anotó en “observaciones” que este archivo podía ser útil a la policía si caía en sus manos, lo que finalmente ocurrió. Pero ¿qué era ese peligro de informar al enemigo al lado del orgullo de tener una organización como Dios… o quien sea manda? Se puede ser criminal, secuestrador, verdugo de niños, extorsionador… siempre que la causa sea buena. Pero omitir la póliza reglamentaria, ¡qué vergüenza!