Rastrear las relaciones de Sánchez con el hijo de Hassan II es adentrarse peligrosamente en los terrenos de la indignidad y la incompetencia. No pueden alcanzarse cotas superiores de ambas a las que escaló Pedro Sánchez en la primavera pasada. Recordarán el pasmo que produjo a todo el mundo aquella infausta carta suya al Rey Mohamed VI, el 14 de marzo último, tan ayuna de saberes diplomáticos como de sintaxis, tan ajena a la posición que España había mantenido internacionalmente sobre el Sáhara como a los intereses españoles en el conflicto entre Marruecos y Argelia.

Recordarán los lectores, y si no para eso estamos, que el líder del Polisario, Brahim Ghali, había entrado en España bajo identidad falsa, con el nombre de Mohamad Benbatouch, con el cual había sido internado en un hospital de Logroño, según el Gobierno por motivos estrictamente sanitarios. La publicación de la noticia por la revista ‘Jeune Afrique’ en abril del año pasado, no era el mejor camino para que Sánchez entablara una sólida relación de amistad con Marruecos.

No lo fue. Una de las características fundamentales de los socios y amigos del presidente español es que no son fácilmente apaciguables y que no desaprovecharán la ocasión de cobrarse una factura y de poner en situación comprometida a España y a su Gobierno pese a los muchos esfuerzos que haya hecho para mantener la fiesta en paz. Lo primero que hizo Mohamed fue filtrar la carta de Sánchez, que ya había destituido a aquella improbable ministra, Arancha González Laya, alguien tenía que pagar la acogida a uno de los más acérrimos enemigos de Marruecos, y de haberlo acogido con documentación falsa, además.

Mohamed VI invitó a Sánchez y a su nuevo ministro de Exteriores, José Manuel Albares al ‘Iftar’, la cena que pone fin al ayuno del Ramadán. La Monarquía alauita tuvo la humorada de colocar la bandera española, entre el Rey marroquí y nuestro presidente, con el escudo boca abajo.

Las vaciladas no terminaron aquí. El Gobierno marroquí respondió muy a su aire a la carta que había recibido del Consejo de Derechos Humanos de la ONU interesándose por el uso excesivo y letal de la fuerza, que había producido decenas de muertos al repeler la Policía marroquí en junio el intento de saltar la valla de varios centenares de subsaharianos, según la Delegación del Gobierno en Melilla. Albares y Marlasca se mostraron muy complacidos con la actuación de Marruecos. Marruecos corrigió a la baja las víctimas que señalaba la ONU y negó «la existencia de fronteras terrestres con España» al tiempo que calificaba a Melilla de un «presidio ocupado».

No era la última palabra de Marruecos, que jugaba al mismo tiempo a sostener las afirmaciones contenidas en su carta a Naciones Unidas y a negarlas, ma non troppo. Poco después de hacerse pública la misiva, un alto cargo del Ministerio de Exteriores marroquí, de altura e identidad desconocida, declaró el jueves a la Agencia Efe que sí hay fronteras terrestres entre Marruecos y España. Mal con Marruecos y peor con Argelia, la gran esperanza gasista de Europa en esta hora. ¿Y eso que le importa a Sánchez, si él se lo compra a Putin?