ABC 18/01/16
ISABEL SAN SEBASTIÁN¡
· Fungairiño no habría dejado escapar a Elizarán ni pactado penas mínimas para los acusados de reconstituir Batasuna
VAYA por delante que lo que voy a escribir no interesa ya prácticamente a nadie. Desde que ETA no mata, ha desaparecido de la agenda. La «verdad» oficial, según la cual los terroristas han sido derrotados, se ha impuesto a la verdad a secas, pues parece adecuarse mejor al gusto de la sociedad. ETA no derrama sangre, luego ha dejado de existir. Una lógica satisfactoria amén de políticamente correcta.
Sucede, no obstante, que ETA está más viva, cercana a alcanzar sus objetivos y presente en la realidad española que nunca. No en forma de hacha, sino de serpiente, el más peligroso de los símbolos dibujados en su emblema. ETA no nació para dar rienda suelta a los instintos violentos de una cuadrilla de pistoleros, sino para romper la unidad de esta nación secular y conseguir la independencia del País Vasco bajo un régimen de extrema izquierda.
El primero de sus objetivos está a la vuelta de la esquina en Cataluña, con el respaldo decisivo de Terra Lliure, vieja aliada delos etarras, y rebrotará con virulencia en el País Vasco en cuanto Otegi, encumbrado por sus compañeros de armas como el« Mande la vasco », se lance ala carrera electoral en calidad de campeón del separatismo. El segundo pende sobre nuestras cabezas no ya en la comunidad vasca, sino en toda España, si prospera el «frente popular» que persigue Sánchez.
Las siglas de ETA (no así lo que representa) estuvieron ausentes en la campaña previa a las generales, excepto para permitir que el candidato socialista condecorara obscenamente a su partido por haber acabado con ella, cuando lo que hizo Zapatero, con la connivencia del PP a partir de 2008, fue rendir nuestra dignidad ante la banda y sacrificar a las víctimas. Estamos viendo las consecuencias.
Ayer se cumplieron 17 años del secuestro de Ortega Lara, que permaneció 532 días sepultado en un zulo infecto. Su torturador, Bolinaga, pasó en la cárcel 15 de los 200 años a los que le condenaron por ése y otros delitos, incluidos tres asesinatos. Su puesta en libertad fue uno de los tributos pagados a los matarifes en ese proceso infamante que algunos llaman «de paz». Antes y después ha habido otros.
Por ejemplo, la sustitución de Eduardo Fungairiño por Javier Zaragoza al frente de la Fiscalía de la Audiencia Nacional. Fungairiño no habría dejado escapar a Aitor Elizarán, procesado por delitos de lesa humanidad, tras su expulsión de Francia, y no habría dado su visto bueno a que una juez lo dejara marchar tranquilamente después de que él, sabedor de esa benévola disposición hacia su persona, se presentara voluntariamente en el juzgado hace unos días.
Fungairiño no habría pactado con los abogados de la banda penas mínimas para los 35 acusados de reconstituir Batasuna (un «acuerdo de bilateralidad entre el Estado y la izquierda abertzale», en palabras de Hasier Arraiz, lider de Sortu) y no habría inducido a las asociaciones de víctimas del terrorismo a aceptar esa ignominia o arriesgarse a que fuesen absueltos con derecho a ser indemnizados. Fungairiño intentaría esclarecer los trescientos atentados que siguen sin resolverse.
Yo sé que no es popular lo que escribo. Que se paga caro. Que no intersa. Pero la verdad es el hilo con el que se teje la Historia y quien desconoce la suya se condena a repetirla.