Entremeses

ABC 18/01/16
IGNACIO CAMACHO

· El «Monti a la española» es una fórmula republicana, sólo al alcance de jefes de Estado con márgenes de maniobra

SI no les gusta el teatro no vean estos días los telediarios. Porque lo que va a suceder en Zarzuela es la escenificación de un entremés político en el que el Rey se ve obligado a actuar como director de escena, sin poderes para escribir el libreto. La mayoría de Gobierno no está conformada y por tanto la ronda de consultas, que de suyo es un protocolo de la monarquía parlamentaria, va a dar paso al formulismo de una investidura fallida de antemano. Se trata, simplemente, de poner en marcha el reloj para que comience a correr el calendario.

Con la derrota de Rajoy garantizada por partida doble, ese calendario tiene tres finales posibles. El primero, que Pedro Sánchez logre amalgamar la alianza alternativa con un mínimo de tres partidos, que tendrían que ser más si como parece previsible Ciudadanos no se suma al aquelarre. El segundo, que también fracase el líder socialista ante las exigencias de Podemos y haya que convocar nuevas elecciones para salir del bloqueo. Serían en mayo. Y el tercero, el más sensato aunque también, quizá por eso, el más improbable, que en un arranque de sentido de Estado el PSOE decidiese en el último minuto del último día hábil abstenerse para permitir un Gobierno del PP en minoría. Esta solución tiene una variante aún menos factible, que consiste en que Rajoy diese, como Mas, un paso al costado para facilitarla. No ocurrirá; el presidente decidirá antes jugarse en las urnas su última baza.

Tampoco habrá desenlaces de ingeniería política diseñados en Zarzuela. El «Monti a la española» es una fórmula republicana, sólo al alcance de jefes de Estado con márgenes de maniobra que la Constitución no concede a la Corona. Tendría que salir de un acuerdo de los partidos, que no lo llevarán a efecto porque equivaldría a construirles una autopista a los crecidos insurgentes, a los detractores del sistema. El único consenso actual es el de ir a otras elecciones si Sánchez falla en su apuesta; hay analistas que incluso ven su empeño como un postureo táctico, una manera de legitimarse para la inevitable campaña desplazando hacia Podemos la responsabilidad del gatillazo. Rajoy se mueve ya en abierta clave electoral y Pablo Iglesias nunca ha dejado de hacerlo.

El país va a observar el teatrillo con más resignación que expectativa, quizá con un cierto desaliento que podría incrementar la abstención si hay que volver a votar en primavera. La dirigencia, acostumbrada a vivir en campaña, no deja de sentirse cómoda en este trantrán. Lo que nadie parece capaz de predecir es qué sucedería si en el reparto de cartas de mayo sale un resultado similar al de diciembre. Hipótesis más que verosímil, porque la opinión pública no registra oscilaciones demoscópicas significativas salvo el avance del populismo extremista. Entonces no habrá excusas: nadie tiene derecho a quejarse de las quemaduras después de haber jugado con fuego.