El sistema democrático ha mostrado en el pasado una gran capacidad de integrar a sus disidentes, aceptando algunas de sus demandas o creando los cauces para que los interesados las defiendan con libertad, y con los ‘indignados’ no será distinto. Se acerca el fin de la fiesta de los ‘indignados’, pero seguramente su salida a la calle dejará poso.
El impacto mediático y social de la irrupción en el espacio público durante la última semana de los sectores que han sido bautizados como ‘indignados’ o Movimiento 15-M va a declinar, previsiblemente, a partir del momento en que se conozca el veredicto de las urnas.
Durante estos días han logrado un gran eco en los medios informativos y en la sociedad, pero a partir de mañana ya nada será lo mismo, tanto si siguen las concentraciones en la calle como si poco a poco se va poniendo fin al movimiento. Con independencia de los motivos de fondo que han provocado tan importante movilización y del amplio respaldo que ha tenido la protesta, tres son los factores que han acentuado el interés colectivo por los ‘indignados’. El primero de ellos, la incertidumbre sobre el efecto que esa iniciativa pudiera tener en los resultados electorales de hoy. En segundo lugar, el recuerdo de la jornada traumática de la víspera de las elecciones del 14-M de 2004, marcada por concentraciones contra el partido en el poder después de la masacre provocada por los atentados contra los trenes de Cercanías. En tercer lugar, el conflicto que los participantes en las concentraciones han mantenido con las resoluciones de las juntas electorales.
Las urnas decidirán hoy quiénes van a representar a los españoles en los ayuntamientos y las autonomías. Quienes salgan elegidos y los partidos a los que pertenecen encarnarán la representación democrática y legítima de los ciudadanos. Las asambleas de ‘indignados’ serán un grupo social más, digno de ser escuchado, pero no un contrapoder.
Los insatisfechos que protagonizan las concentraciones, probablemente, ya no tendrán a partir de mañana tanto eco en los medios. Serán desplazados de las portadas por los resultados de los comicios, la formación de los gobiernos o las consecuencias políticas del voto ciudadano. Incluso aunque continúen en las calles, ya no será lo mismo. En 2001, por ejemplo, más de un millar de trabajadores de Sintel acamparon en el Paseo de la Castellana durante seis meses, sin que ello afectara gran cosa a la vida cotidiana de la ciudad.
La protesta de estos días, sin embargo, provocará reacciones entre los partidos políticos, que no podrán permanecer indiferentes y necesitarán recuperar la sintonía con los ciudadanos. Los partidos no podrán ignorar algunas de las demandas planteadas, como un mayor nivel de exigencia ante la corrupción, una mayor sensibilidad ante los problemas cotidianos de la sociedad, la necesidad de evitar la exclusión de los más desfavorecidos o una mayor capacidad de escuchar a la gente de la calle.
El sistema democrático ha mostrado en el pasado una gran capacidad de integrar a sus disidentes, aceptando algunas de sus demandas o creando los cauces para que los interesados las defiendan con libertad, y con los ‘indignados’ no será distinto. Se acerca el fin de la fiesta de los ‘indignados’, pero seguramente su salida a la calle dejará poso.
Florencio Domínguez, EL CORREO, 22/5/2011