Final inerme

KEPA AULESTIA, EL CORREO 25/08/13

Kepa Aulestia
Kepa Aulestia

· ETA no depositará sus últimas nueces en el cesto de Urkullu.

Las decisiones e indecisiones de ETA han contado siempre con un aura de misterio que a lo largo de su trayectoria ha permitido a la banda terrorista inducir en cada momento toda una panoplia de preguntas sin respuesta que contribuían a sublimar el enigma. Las especulaciones sobre sus raíces y propósitos permitían a sus activistas evitar interrogarse a sí mismos al transferir a los demás la tarea de explicar la persistencia de ETA. La pregunta más importante se refería al origen de su violencia, porque su sola formulación sugería la existencia de causas muy profundas y poderosas que tendían a justificar la conducta de los etarras. Hoy las incógnitas sobre cómo y cuándo pondrá ETA fin a sus días reflejan el propio empequeñecimiento de la banda: el interés que despierta es tan exiguo como el poder de coacción que representa una sigla que hace casi dos años renunció definitivamente a la violencia. La única inquietud que suscita es que el final se vuelva hiriente para las víctimas y para la decencia democrática de miles de ciudadanos. La única angustia, que el empeño por la desmemoria acabe paradójicamente condenando al olvido a los presos de ETA.

Las últimas especulaciones se refieren a la liturgia final de ETA y, en concreto, al momento del desarme. Hasta el punto de que el fetichismo de las armas parece recrear la historia convirtiendo a ETA en una especie de ejército a punto de entregarlas. La versión más inverosímil de la escena es la del rumor que ha venido anunciando que la banda etarra se dispone a entregar sus armas a, o ante, las instituciones vascas.

Desde que éstas se restablecieron con la autonomía y ETA comenzó a ensayar las posibilidades que le brindaba la negociación con los poderes públicos, la banda ha dibujado una trayectoria pendular al respecto. Cuando creía posible establecer contactos con el Gobierno central que le permitieran encumbrarse a la par del Estado, ETA se mostraba desdeñosa hacia las instituciones vascas y hacia el PNV. Cuando los intentos de negociación «con el Estado» se frustraban, dando lugar a la ruptura sangrienta de sucesivas treguas, la trama etarra corría a buscar señales de complicidad por parte del nacionalismo tradicional y las instituciones que gobernaba.

La negativa del Gobierno de Rajoy a preocuparse siquiera de los requerimientos que le dirigen ETA, la izquierda abertzale y sus episódicos intermediarios podría, siguiendo esa lógica pendular, llevar a la banda a dirigir su mirada hacia el nacionalismo de nuevo gobernante. Pero resulta más que improbable que ETA deposite voluntariamente sus últimas nueces –armas y explosivos– en la cesta de Urkullu. Aunque no habría que descartar la hipótesis de que tratase de gestar un foro representativo de Euskal Herria que acogiese ese supuesto último mensaje para así legitimarse. Pero es más fácil imaginar una entrega virtual de las armas en posesión de ETA, una inhabilitación simbólica de las mismas, que su depósito en manos de las instituciones o de una «comisión» designada para ello por la propia banda.

La única entrega que «los estados español y francés» pueden estar dispuestos a admitir es la de un mapa que revele con precisión sus depósitos. Pero su propia ubicación compromete políticamente al Estado en cuyo territorio se encuentren. En cualquier caso las instituciones vascas, atendiendo al artículo 17 del Estatuto, que reserva a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado el control sobre «armas y explosivos», no podrían hacer otra cosa que pasar el parte sobre una eventual entrega. Aunque, probablemente, ni la magnitud ni la composición de tales depósitos impresionarían a nadie; si acaso subrayarían el patetismo de un grupúsculo reducido a su mínima expresión.

El afán totalitario por erigir una realidad propia y exclusiva ha dado paso, en el declive y el alto el fuego definitivo, a la voluntarista interpretación de todo cuanto ocurre como signo de la ineludible plasmación de sus tesis. La conversión de una discutida derrota en la victoria total. El ‘sistema’ en su conjunto –la democracia formal, el autonomismo entreguista y el capitalismo– estaría en descomposición frente a la emergencia de fuerzas –nueva mayoría– llamada a instaurar en Euskal Herria una alternativa de alcance global.

El inmovilismo del Gobierno de Rajoy no sería más que la expresión de la incapacidad de los populares –y también de los socialistas– para afrontar la crisis que padece el Estado español. El prolijo plan de paz ideado por el Ejecutivo de Urkullu confirmaría la impotencia del autonomismo jeltzale. Emulando los vaticinios marxianos, los augurios optimistas de Otegi reconfortan a quienes necesitan algo más que el indudable éxito electoral y político obtenido por las marcas más recientes de la izquierda abertzale. ETA no puede contentarse con un triunfo tan trivial, aunque sus últimos restos militantes bastante tienen con eludir a los vecinos para que no les delaten ante la gendarmería francesa.

Nadie les va a facilitar la salida, visto el fracaso de Aiete y el catálogo atomizado de iniciativas que recoge el plan de paz de Urkullu. Sencillamente porque nadie tiene ya necesidad de involucrarse en el desenlace final de una historia tan amortizada. La descarnada frase de que eso de los presos y demás es un problema de la izquierda abertzale no se debe solo a la cerrazón del PP. Lo cierto es que la propia izquierda abertzale institucionalizada no sabe cómo sacudirse el problema, más allá de que finja convertir a la txupinera en una Juana de Arco festiva y omnipresente durante dos semanas.

KEPA AULESTIA, EL CORREO 25/08/13