ABC 16/12/12
JON JUARISTI
PROVERBIOS MORALES
La reclamación de la propiedad de los niños catalanes por los nacionalistas suena a pederastia ideológica
EN el libro del Génesis, Isaac se relaciona con la risa, pues Sara, su madre, se rió al anunciarle los ángeles que iba a quedar encinta. Para la tradición judía, Isaac es el que se ríe, el embromador por antonomasia, toda vez que la raíz de su nombre es la misma que la del verbo hebreo que significa «reír». Un midrás cuenta que al final de los tiempos Dios llamará ante sí a los patriarcas y abroncará a Isaac diciéndole: «Mira lo que han hecho tus hijos, cómo pecaron sin tasa contra mí». Pero Isaac se reirá ante el rostro del Altísimo y replicará: «¿Mis hijos? ¿Cómo que mis hijos? Yo creía que eran tus hijos».
El ministro Wert perdió el martes una buena ocasión para poner en su sitio al portavoz parlamentario de ERC, Alfred Bosch, con un argumento simétrico al de Isaac. Cuando Bosch le conminó a dejar en paz «a nuestros niños», Wert debería haberle contestado que los niños catalanes no son de Bosch, ni de ERC ni de los nacionalistas, sino de España, y que la responsabilidad de la instrucción escolar de los niños de España corresponde al Estado español, no a Bosch. Que Bosch y los de ERC eduquen a sus propios niños como quieran, que los lleven al colegio que más les guste, pero que, en lo tocante a la enseñanza reglada y a sus contenidos, se abstengan de impugnarla reclamando la propiedad de todos los niños de Cataluña, porque esa es una pretensión totalitaria y, por tanto, intolerable.
Como el propio Wert admitió, hay materias en las que el Gobierno no puede inmiscuirse sin contar con las administraciones autonómicas a las que han sido transferidas. La de la enseñanza y el uso de las lenguas oficiales en la enseñanza es una de ellas, pero tampoco la competencia de las Comunidades Autónomas en ambos campos es absoluta. No puede transgredir los límites de la Constitución, que, en su artículo 3.1, establece que «El castellano es la lengua española oficial del Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho de usarla». Sin necesidad de invocar el artículo 155, cabe recordar que el 150 faculta al Estado para legislar en materias atribuidas a las Comunidades Autónomas cuando la mayoría absoluta de las Cámaras de las Cortes Generales aprecie que así lo exige el interés general. Aunque el Gobierno deba discutir con la oposición y negociar con los gobiernos autonómicos —en lo posible— sus proyectadas reformas de la enseñanza de y en las lenguas oficiales, tiene que quedar claro que le asiste el derecho de proponer a las Cortes la aprobación de leyes sobre esta materia en el caso de las Cámaras estimen por mayoría absoluta que así conviene hacerlo, por ejemplo, ante el enroque de ciertas autonomías en posiciones anticonstitucionales.
En cuanto a la apropiación retórica por ERC de los niños de Cataluña, es indudable su afinidad estrecha con el nazismo que imputan los nacionalistas catalanes al ministro Wert. El lenguaje del secesionismo se desliza hacia la pederastia ideológica, que nada tiene que ver con la enseñanza y mucho en cambio con el flautista aquél del cuento alemán que dejó a los niños de Hamelin inmersos donde las ratas se ahogaron. Pero mucho más alarmante resulta la pretensión de usurpar a las Cortes la representación de la nación y al Estado sus atribuciones por un partido, es cierto que minoritario, aunque no tan minúsculo como lo fueron en sus orígenes las organizaciones fascistas y bolcheviques. En vez de proponerse como nuevo perroflauta del nacionalismo catalán, Alfred Bosch, que pasó del africanismo a la novela histórica antes de recalar en la política, debería repasar la genealogía de esos raptos de amor a la infancia en la historia europea todavía reciente.