Flores en el ojal

ABC 12/06/14
DAVID GISTAU

En Madrid cayó un chaparrón, como si el azar hubiera querido remedar un falso mes de Pluvioso que en París fue el de las escarapelas. Ínfimos adornos botánicos en las solapas de la Izquierda Plural. Parecía que iban a gastar la broma del chorro de agua a quien arrimara la nariz para oler fragancias revolucionarias. Una izquierda «montagnarde» que trató de bloquear la ley que permite a un rey marcharse: la noche de Varennes que se repite como farsa. Hubo tales momentos de desorden que el presidente Posada pegó un grito que tal vez no fuera el más adecuado para una semana parlamentaria histórica: «¡Váyanse al bar!».

Que el debate tuviera lugar en el bar, o en el café, que es donde siempre ha estallado la ira del español sentado. Los partidos mayoritarios acotaron el argumento en la abdicación para que no se produjera la digresión del cambio de régimen. Fue en vano. Camisetas y letreros vindicativos, proclamas jacobinas, intentos hacer pasar por contradictorios los conceptos de monarquía y libertad, como si los últimos 39 años hubieran sido un alargue del franquismo. Fue un intento de abril que cometió el error de presumirse liberador. ¿De qué despotismo? Del de los banqueros, dice el cliché demagógico oreado por Cayo Lara, que también se refirió a una «dinastía decrépita». Como si Felipe fuera más viejo que él y que el redentorismo años treinta ofrecido a una sociedad sin duda enojada que aguarda mejoras, pero no libertadores ni voladuras constitucionales. Aunque dañado, sigue vigente el paradigma de estabilidad de cuando predominan las clases medias y la monarquía, aun desgastado el personalismo de Juan Carlos, no es percibida como un tapón para la libertad y el progreso que enajene a España de su entorno europeo.

Rajoy apenas trascendió el discurso adulador. Palabras «couché» que atendieron más al hombre que se va que al sistema constitucional, como en la preferencia española por un ser tutelar que valga más que la estructura de Estado, siempre volátil, perecedera, como si cada generación quisiera dejar la impronta de una propia (¿Acaso han votado los norteamericanos contemporáneos su Constitución? ¿Se quejan por ello de no haber sido preguntados?). Más interesante fue el último discurso importante de Rubalcaba ante la Cámara, sobre todo por cómo lo acogió su bancada. Rubalcaba es uno de los últimos especímenes del socialismo del 78. El de cierto posibilismo conciliador, el que superó la aparente contradicción de su espíritu republicano entregado a la aceptación monárquica para desatascar el porvenir. Qué olvidado tienen los de las escarapelas que también Carrillo y los comunistas de entonces alcanzaron idéntica conclusión. Lo revelador del discurso de Rubalcaba, vindicativo de ese espíritu y del referéndum constitucional, es que apenas obtuvo aplausos en su bancada. El PSOE está metido en un viaje y en un relevo generacional que no lo convertirá en un partido radical, pero sí en uno distanciado de los códigos de la Transición que ayer todavía fueron defendidos por Rubalcaba. Generaciones distantes ya de aquello, que no idealizan la Transición y dejaron de ver en la monarquía una vacuna contra la dispersión y la guerra. Se sienten preparadas para un nuevo experimento republicano, acaso rescatado del cautiverio del anacronismo años treinta.

Después de decir que el debate no era sobre república o monarquía, Durán lo fijó en un argumento que según él sí era el de la jornada: Cataluña. Racaraca. Pobre argumentación, la de los supuestos agravios que justifican que CiU haya desertado de los consensos en los que participó.