JON JUARISTI, ABC – 24/08/14
· El destino de los ríos es dar en la mar, que es el morir, pero los más afortunados desembocan en libros.
Encuentro en una pequeña librería de Korcula el último libro de Je a n- Paul Kauffmann, RemonterlaMarne (Fayard, 2013), relación de un viaje a pie por la orilla de dicho río, desde su confluencia con el Sena hasta su fuente, y me siento a hojearlo en un café a la vera del mar, el Maximiljan Garden, junto a la pequeña galería que alberga la colección privada del pintor Maksimiljan Vanka (18891963), un muralista croata –hijo natural de un noble austriaco– que destacó en la Nueva York de los años treinta, donde lo compararon con Diego Rivera.
La colección, por cierto, es muy interesante, aunque no hay modo de enterarse del nombre de los artistas. Me gusta, en particular, un óleo de modesto tamaño que representa una verbena de la posguerra en un parque, probablemente de Zagreb o Belgrado. Hay un vendedor de helados tocado con un fez rojo y partisanos conversando con chicas entre los tiovivos. Me acuerdo de Tintín y de Syldavia.
Kauffmann evoca el olor del río, o mejor, sus olores, en un párrafo magistral: «Tras el calor de las semanas precedentes, la tormenta libera los olores que el verano aprisionó. Las gotas estallan en la superficie del agua. Una ligera neblina se eleva desde el valle. El aire huele a la vez a césped mullido, hierba segada, arcilla húmeda, hojas herrumbrosas. Perfume de fin de estío, más que de comienzos de otoño. Se siente todavía la aridez, la sequía, el calor vegetal. El Marne emite aún relentes cenagosos. Incluso los pilares del viaducto exhalan un olor que la lluvia ha revelado, una nota mineral y cálida que evoca el asfalto derretido».
Cierro los ojos para recobrar un olor fluvial parecido, guardado en la memoria, y no lo consigo. El aroma del mar lo invade todo, pero atisbo imágenes rotas de los humildes ríos de mis veranos infantiles: Ega, Arreba, Gobelas, Alhama (la maleza ha invadido el cauce de uno de ellos hasta hacerlo desaparecer; a otro lo han soterrado). El destino de todo río es otro río o el mar, que es el morir, pero los más afortunados desembocan en un libro, como el Mississippi de Mark Twain, el Támesis de Jerome K. Jerome o incluso el apacible Don de Sholojov.
El Marne de Kauffmann pertenece a otro linaje de ríos librescos, cuyos miembros más ilustres son el Rin de Victor Hugo (y quizás el de Fébvre) y el Danubio de Magris. En ellos, los ríos no sólo son escenarios del relato sino sus principales personajes. Yo me quedo con un arroyo anónimo, el protagonista de la Histoire d’un ruisseau (1869), del geógrafo anarquista Élisée Reclus, que lo escribió para las vacaciones de los escolares sometidos por los profesores a «una misma disciplina y mediocridad» que buscaba arrebatar a su pensamiento la originalidad y la fuerza.
El libertario Reclus estaba muy en contra de la educación igualitaria y niveladora: «Que el colegial salido de la prisión, escéptico e indiferente –escribió-, aprenda a seguir el curso de los arroyos, que contemple los remolinos, que aparte las hojas y levante las piedras para ver salir el agua de los hontanares, y pronto volverá a ser sencillo de corazón, jovial y cándido». Reclus, que vivió la mayor parte de su vida en Orthez, capital del Bearne, definió a los vascos como «un pueblo que se va», a lo que Unamuno replicó que sí, que se va, pero como el pequeño arroyo que va a fundirse en las aguas del anchuroso río hacia el mar de los pueblos.
JON JUARISTI, ABC – 24/08/14