Juan Carlos Girauta-ABC
En el sanchismo la lógica democrática la establece un aborto de ETA
Tragarse algún sapo, virar una que otra vez, son gajes del oficio político. Pero pactar con Bildu una investidura no es política, es un viaje sin retorno. No hace mucho, Lastra y Simancas habrían eludido la foto de un acuerdo con los de Otegui. Ahora existe para siempre, y lo dice todo: las sombras han engullido a los dos socialistas contactados. Sus figuras anuncian la derrota, cuentan una historia tristísima.
Al primer vistazo resulta evidente quiénes son los abducidos en el contacto y quiénes los alienígenas. Sobre los claros plafones de la pared, en la sala de donde unos salen humanizados y otros deshumanizados hasta el extrañamiento moral, los logos del PSOE hablan de Enrique Casas y Fernando Múgica, de Fernando Buesa y Joseba Pagazaurtundúa.
Sonrientes y blanqueados, los bilduetarras salen de la reunión valorando el «clima cordial». Cordialmente se ha procedido a la transmutación del socialismo español en otra cosa diferente y peor, lo que no era fácil. Dicen que ha habido respeto y sinceridad. ¿Cuánta sinceridad? ¿Han salido a relucir los entierros de los compañeros asesinados?
Los siniestros loan el «paso en la buena dirección» del PSOE. Supongo que «buena dirección» significa la contraria a la mantenida hasta anteayer, con la excepción de algún chivatazo, pues los faisanes ya venían volando en el sentido que los torcidos consideran recto. Explica Bildu que el encuentro «restablece la lógica democrática y el sentido común».
O sea, que en el sanchismo la lógica democrática la establece un aborto de ETA. Por clarificar el canon citan la revisión de la política penitenciaria. También, en plena consonancia con los deseos de ERC y Convergència (no te escondas), de Podemos y de Iceta, nos instruye Bildu en la necesidad de revisar «el modelo territorial construido durante la llamada transición democrática española».
Por española, no vale; por democrática, se descarta al no encajar en el canon; por transición… entenderán forzosamente esa etapa en la que unos patriotas se vieron obligados a sacrificarse y matar a centenares de civiles, militares, policías, concejales, diputados, jueces, fiscales, niños.
Lastra y Simancas se quedaron congelados en la sala de contactos, ateridos de ausencias entre la cartelería socialista. Ella presenta la inquietante expresión de las figuras de cera, salvo que algo vivo, una especie de grito, intenta escapar por el ojo derecho. Él aparece tan avergonzado que también huiría si no se hubiera quedado paralizado en el momento justo en que el ojo izquierdo busca la puerta de salida. La boca es una línea recta que trata de suspender toda señal, y aun la propia existencia, hasta que se marchen los extraños y los fotógrafos. Le traicionan los carrillos tensos y la desolación de las ojeras. ¿Os merece la pena seguir al capitán Ahab -la venganza, la egolatría, la monomanía encarnadas- hasta esa investidura, o es que el abismo llama al abismo?