Las consultas han demostrado que el discurso obsesivo y excluyente del nacionalismo radical catalán tiene una presencia desproporcionada en la agenda política, que no se corresponde con el interés real de la mayoría. Los organizadores no habrán tomado nota de la principal conclusión: la independencia es abrumadoramente minoritaria en Cataluña.
La propagandista iniciativa de convocar una especie de consulta para saber cuántos de los votantes nacionalistas están por la hipotética independencia de Cataluña se ha saldado con un resultado que refleja lo que ya contaban las encuestas de los nacionalistas: la inmensa mayoría de los catalanes rechaza la independencia. La abstención ha superado el 70%. Según los convocantes, apenas 200.000 personas, de 700.000 posibles, acudieron a votar. La consulta había sido organizada por colectivos independentistas, que habían seleccionado 166 municipios de mayoría nacionalista, y contaba con el apoyo de ERC yde una Convergència subida al monte, y el rechazo de Unió. Los organizadores aspiraban a movilizar a un 40% de los votantes y se han quedado en menos del 30%, por lo que los resultados pueden ser calificados de fracaso.
Las urnas han demostrado que el discurso recurrente, obsesivo y excluyente del nacionalismo radical catalán tiene una presencia desproporcionada en la agenda política y en los medios, que no se corresponde con el interés real de la mayoría de los ciudadanos. En este juego nacionalista han participado muchos menos catalanes que en el referéndum del Estatut, que convocó a la mitad de los catalanes, un 20% más que el domingo.
Ha querido Joan Laporta, peculiar personaje y todavía presidente del Barcelona, ponerse a la cabeza de ese juego. Laporta, que se manifestó con antorchas en una marcha de aire siniestro, sostiene, muy serio, que Cataluña se está muriendo, que la están matando y que hay que ponerse en pie para salvarla. Parece olvidar que Cataluña goza del mayor nivel de competencias y poder político de su historia, y que el que existan problemas, con la financiación u otros asuntos, no puede ser equiparado jamás con la agonía de un país. Laporta debe de pensar que todos los socios del Barça le van a dar el voto, una vez abandone la presidencia de un club cuyo prestigio, presencia social en Cataluña y excelentes resultados deportivos ha tratado de capitalizar en beneficio de su carrera política. Si él es el adalid número uno de la independencia de Cataluña, esta causa no necesita más enemigos.
Como todo en los últimos meses en Cataluña, y en el resto de España, ocurre cuando todavía el Constitucional no ha dictado la sentencia que deberá dar vía libre al Estatut, parece imposible no incluir la consulta en el amplio catálogo de presiones hacia el TC. Los organizadores han aprovechado para hacer gimnasia independentista, pero no habrán tomado nota de la principal conclusión que su propia convocatoria arroja: la independencia es abrumadoramente minoritaria en Cataluña.
José María Calleja, EL DIARIO VASCO, 15/12/2009