Isabel San Sebastián-ABC
- España pierde, Illa ‘gana’, ERC manda, Cs huele a muerto y el PP empieza a parecerse a UCD
El resultado de las elecciones catalanas, catastrófico para España, es contemplado por el Gobierno como un gran éxito, que celebra alborozado. Esa es la auténtica anormalidad democrática que nos distingue de otros países: la certeza de tener a los mandos de la Nación a un presidente y un vicepresidente encantados de alimentar al tigre independentista con tal de conservar sus poltronas. Frankenstein está de enhorabuena. Su cabeza, Pedro Sánchez, ha convertido en ganador formal de los comicios a un candidato catapultado desde el Ministerio de Sanidad, cuyo bagaje era la peor gestión de la pandemia de toda Europa, con cerca de 100.000 muertos y un desplome económico sin parangón. Sus puños, los podemitas de Pablo Iglesias, no solo han mantenido la fuerza de su marca local, sino que disponen de ocho escaños cortejados por las dos coaliciones posibles. Y sus piernas o fuerza motriz, Oriol Junqueras, reo de sedición y malversación de caudales públicos, será quien corte el bacalao a partir de ahora, colocando al frente de la Generalitat a su títere, Pere Aragonés, y elevando significativamente el precio a pagar por el tándem de La Moncloa a cambio del apoyo de ERC en el Congreso. Frankenstein está feliz y saca pecho en las televisiones, aunque quien tiene realmente motivos para festejar su victoria es el separatismo admirador de Arnaldo Otegui, el secesionismo supremacista enemigo declarado de la Constitución y de España, que por primera vez ha superado la barrera psicológica y política del 50 por ciento de los votos. Se pongan como se pongan los perdedores apelando a la elevada abstención, ese porcentaje será enarbolado cual estandarte triunfal en la próxima ofensiva conjunta por el derecho a la autodeterminación, que veremos estallar mucho más pronto que tarde.
De momento, los soberanistas enardecidos ya exigen amnistía para sus presos y la convocatoria inmediata de una ‘mesa de diálogo’, eufemismo con el que aluden a una ronda de conversaciones que culmine con la rendición del Estado de Derecho ante sus pretensiones sediciosas. A su vez, el presunto representante mayoritario del bando constitucionalista, Salvador Illa, se ofrece a tejer pactos con golpistas, antisistema y demás especímenes rebeldes al ordenamiento jurídico, mientras veta cualquier contacto con Vox, cuarta fuerza del nuevo parlamento autonómico, cuyos representantes defienden la libertad y la Carta Magna, motivo por el cual han sufrido ataques violentos durante toda la campaña. A ojos del frente popular que nos gobierna, Vox es el apestado, el peligro, la amenaza. Quienes consumaron un delito de sedición el 1 de octubre de 2017, del cual nunca han renegado, son por el contrario aliados leales, progresistas de postín, demócratas intachables.
En cuanto a los vapuleados, Cs huele a cadáver y el PP empieza a parecerse a UCD. O enderezan rumbo y liderazgo, o construyen una alternativa junto a la nueva AP de Abascal, o a Frankenstein le sobrará tiempo para hundir lo que quede de España.