ISABEL SAN SEBASTIÁN-ABC

  • Sánchez accederá a las demandas le pongan sobre la mesa Otegi y Puigdemont. Para empezar, Navarra

Alberto Núñez Feijóo ha ganado las elecciones, aunque no tiene la menor posibilidad de gobernar. Pedro Sánchez las ha perdido, pese a lo cual continuará en La Moncloa, junto a la comunista Yolanda Díaz, sostenido por todo el bloque independentista que le considera, con razón, un aliado fiable. No va a resultarle fácil gestionar semejante escenario, satisfaciendo las exigencias de unos socios insaciables y haciendo frente a la oposición de un PP con mayoría absoluta en el Senado y abrumador dominio autonómico y municipal, pero lo va a intentar. Aunque se lleve a España por delante. Somos rehenes de un líder cuya ambición y sectarismo superan de largo su sentido de Estado. Un líder que además se ha visto respaldado por siete millones setecientos mil votantes, un millón más que en 2019, alineados con sus políticas, sus mentiras, su propaganda y su instrumentalización de las instituciones. ¿Cómo no va a estar eufórico ante esa derrota que sabe a conquista?

Si el actual Partido Socialista conservara algún parecido con el PSOE que fue, si tuviera alguna consideración por el interés general, sería lógico pensar en un acuerdo de legislatura con el PP, formación que no solo ha vencido en las urnas, sino que desempeña un papel esencial en la vertebración de la sociedad. Los términos del entendimiento serían negociables, por supuesto, y estoy segura de que Feijóo va a intentar ese camino, aunque con la misma certeza auguro que fracasará en el empeño. Porque Sánchez tomó hace tiempo el rumbo del frentismo y se echó en brazos de todo lo que conspira para destruir nuestra nación. Hace cuatro años podía alegarse en descargo del electorado que fue engañado por los embustes del candidato que negaba a Podemos y abominaba de Bildu. En esta ocasión ni siquiera le ha hecho falta. La polarización alentada a lo largo de la legislatura ha abierto España en canal y alimentado dos bandos irreconciliable. El miedo a Vox ha funcionado y movilizado a la izquierda, sin que el centro derecha hallara el modo de conjurarlo, ni mucho menos unirse para optimizar resultados evitando enfrentamientos suicidas en circunscripciones donde se han perdido escaños determinantes. Cataluña y el País Vasco, focos de la gangrena separatista, han dado el espaldarazo decisivo al presidente que avala sus aspiraciones, indultó a los golpistas, blanqueó a los portavoces de una banda terrorista y accederá a cuantas demandas le pongan sobre la mesa Otegi y Puigdemont. Para empezar, Navarra, donde no tardará en activarse el proceso de anexión ala comunidad vecina, y por supuesto el regreso bajo palio del prófugo de Waterloo, limpiado de toda culpa.

Feijóo tiene el deber de intentarlo, aun sin esperanza, y Abascal haría bien en reflexionar sobre el daño que su mensaje ha causado a lo que dice defender. Porque una cosa han dejado meridianamente clara estas elecciones: una derecha dividida es carne de cañón ante Frankenstein.