Tonia Etxarri-El Correo
Aferrado a cualquier tabla de salvación que le permita permanecer en La Moncloa el mayor tiempo posible. Sin importarle quién le tiende la mano al cuello. Ni sus condiciones. Así está Pedro Sánchez. Después de haberse mostrado condescendiente con los independentistas catalanes, al haber cuestionado en el Congreso la existencia del delito de rebelión, entre otras cosas, la cascada de prerrogativas sigue su curso. La admisión de una negociación bilateral entre el Gobierno central y la Generalitat (de igual a igual). El aval de un «relator» que medie en una mesa de partidos, al margen de su Parlamento. Dos medallas más que se puede colgar el valido Torra en su solapa. Hasta aquí ha llegado el presidente socialista, para consternación de muchos de sus compañeros de partido que han empezado a manifestar su malestar ante los últimos movimientos de su líder. Una vez conocidos los frutos del pacto entre los dos gobiernos, se preguntan dónde está el límite.
ERC pide más gestos . Quiere el reconocimiento del derecho de autodeterminación. Y que los presos acusados de haber violentado la Constitución, se vayan de rositas. La vicepresidenta Carmen Calvo (ni un reproche a los independentistas, toda la carga contra el bloque constitucionalista) no pudo ser más confusa. Con loas a un diálogo que solo está practicando el Gobierno con quienes han provocado ya una fractura en la convivencia de Cataluña. Frívola con la figura de un mediador «entre conflictos», como asume ya que es el catalán. Y displicente con sus propios compañeros de partido, críticos con un presidente de Gobierno obsesionado con mantenerse en el poder a cualquier precio. Superados quedan ya los mensajes de Pedro Sánchez cuando le reconvenía a Puigdemont sobre la figura de la mediación: « Si busca alguna mediación no hace falta mirar muy lejos», sostenía. «El Congreso de los Diputados es el perfecto mediador para este tipo de cuestiones». La palabra de Pedro Sánchez, según la coyuntura. Como oposición o como presidente. Ese mensaje ya ha caducado.
Pero la configuración de una mesa de partidos no es cuestión baladí. Se trata de crear un órgano paralelo al institucional. Si se accede a crearla para «facilitar el diálogo», están reconociendo que el Parlamento catalán no sirve para fomentar la negociación entre el gobierno y la oposición. Otra medalla para Torra.
El PSOE perdió el gobierno en Andalucía por su transigencia con los nacionalistas catalanes . Ahora los barones autonómicos olfatean la catástrofe electoral. Pero no se atreverían a alinearse con la oposición para presentar una moción de censura contra Pedro Sánchez. Perciben que tienen que frenar al presidente. Pero no están dando pasos. Entre otras cosas porque ya saben cómo se las gasta Sánchez con los discrepantes. Terminan condenados al ostracismo político. Algunos han empezado a enviar mensajes de alarma. «Ni mediadores ni relatores. El diálogo entre el Estado y una comunidad autónoma necesita respeto a la Constitución , al Estatuto y a las instituciones», decía Soraya Rodríguez, diputada rasa hoy, secretaria de Estado y portavoz del grupo parlamentario ayer. Pero la vicepresidenta, tan resistente como el título del libro de Pedro Sánchez, desprecia las críticas. Porque desvelan un gran desconocimiento. Eso dice. Altiva. Enrocada.
La oposición convoca una manifestación el domingo contra Sánchez. Como no les escucha, le hablarán desde la calle. No es «un presidente ilegítimo», como dice el popular Pablo Casado. No lo es. Pero está cediendo ante los independentistas. A cambio de unos meses más en La Moncloa. ¿Cuál será su siguiente paso? La preocupación es latente. Quieren frenar esta deriva.