ISABEL SAN SEBASTIÁN – ABC – 28/12/15
· El Rey Felipe en su mensaje habló de honor y dignidad. Apeló a la integridad de los dirigentes. Marcó el único camino posible.
EL Rey Felipe puso el dedo en la llaga al colocar en el epicentro de su discurso navideño a España, y no su coyuntura política, porque es la propia esencia de España, su realidad y su subsistencia como proyecto compartido lo que está en juego en este momento. Es la Nación española, una de las más antiguas e influyentes de cuantas ha dado la Historia, la que se enfrenta al peligro cierto de diluirse hasta desaparecer convertida en un atajo de taifas insignificantes. Ella es la víctima de un proceso de corrosión avanzado cuyo desenlace, si nadie le pone remedio, será la liquidación de nuestra casa común.
El agente corrosivo principal en este ataque coordinado no es otro que el nacionalismo, envalentonado desde hace décadas ante la impunidad con la que se han saldado todas sus ofensivas. Un nacionalismo tribal, insolidario, decimonónico, pequeño burgués, devenido en separatismo puro y duro con el correr de los años y radicalizado hasta el paroxismo. Una corriente de emoción irracional, que no de pensamiento, empeñada en deshacer uno a uno los lazos de unión cultural, lingüística, económica, educativa y hasta deportiva trenzados pacientemente a lo largo de los siglos por el pueblo asentado en este solar con el fin de fortalecerse.
El nacionalismo es el ácido vertido sobre la carne de España. La corrupción de los dos grandes partidos vertebradores de la sociedad española, el agente acelerador de su labor destructora. Poco o nada habría podido hacer el odio falaz destilado por los apóstoles de la ruptura sin la colaboración activa de cuantos han utilizado los resortes del poder para enriquecerse personalmente y/o enriquecer a sus correligionarios y amigos a costa de esquilmar el bolsillo del contribuyente y prostituir las instituciones.
La podredumbre del sistema bipartidista, traducida en una catarata de escándalos que ha sumergido en sus aguas fecales a PP y PSOE, ha sido y sigue siendo el mejor argumento de los enemigos de España. Su arma más poderosa. La que ha corroído el cuerpo español desde dentro, laminando sus defensas. La que ha proporcionado una munición impagable a los oportunistas de Podemos para servir de argamasa a todos los grupúsculos «antialgo» y convertirse en abanderados de eso tan español que es el «cabreo», adornado de retórica populista y disfrazado de «plurinacionalismo» en el empeño de aprovechar en su favor el desgaste causado por el martillo pilón independentista.
Claro que el nacionalismo histórico, especialmente el catalán, es en gran medida una cloaca igualmente hedionda de comisiones y negocios sucios. Probablemente por ello está cediendo el terreno a grupos más extremos en sus planteamientos, más incontrolables y más imprevisibles. Grupos como las CUP, Amaiur o Bildu, mucho más cercanos a ETA que a cualquier formación democrática. En cuanto a Ciudadanos, constituido en antídoto de esta lacra precisamente en Cataluña, actual foco principal de la infección, no ha tenido tiempo de actuar. Tampoco fuerza suficiente. Bastante hará si resiste a la inercia de un proceso cuya virulencia amenaza a nuestra Nación centenaria.
Frente a esta descomposición terminal no cabe contraponer dinero. No basta con el presupuesto o el Fondo de Liquidez Autonómica. Hacen falta valores, principios, convicción, sacrificio, ejemplos que apelen a los corazones y puedan servir de revulsivo. El Rey Felipe en su mensaje habló certeramente de proyectos de futuro, unidad en la diversidad, grandeza, orgullo, honor, dignidad, progreso moral. Apeló al rigor e integridad de los dirigentes. Marcó el único camino posible. Ojalá no le dejemos solo.
ISABEL SAN SEBASTIÁN – ABC – 28/12/15