Frontera

ABC 14/10/16
DAVID GISTAU

· Quiero pensar que Sarkozy no cree lo que dice pero miente para cautivar a un votante asustado

CAYETANA Álvarez de Toledo ha publicado una entrevista con Sarkozy en la que, por primera vez, Sarkozy se me ha revelado como un botarate. Ni siquiera me refiero a la superficialidad con la que define una identidad colectiva española basada en la afición a la tauromaquia y a quedarse en la calle, cervecita en mano, hasta muy tarde: esto ya salía en Astérix y es el cliché ibérico al alcance de cualquier mesonero de Auvergne, que también nos imagina una muñeca «bailaora» sobre el televisor y un horario de siesta. Me refiero a cuestiones más graves porque aluden al porvenir europeo tal y como lo concibe uno de los personajes de una nación histórica sobre el cual podría recaer la responsabilidad de refrescar intelectualmente el propósito continental del 45 y de defenderlo de gamberros y populistas regresivos.

En su nueva marca electoral, «Les Républicains», y obligado a reñir a Le Pen el votante más instintivo y primario –ese que recela de «París» y hasta de sus luces y sus «bo-bos»–, Sarkozy regresa convertido en un Mr. Dupont nacionalista, en un ser chiquito que hace el elogio más temible en cualquier estadista europeo contemporáneo: el elogio de la frontera interior europea. Lo legitima con una frase que, por sí misma, debería enviarlo a entrenar con el equipo de segunda: «Los lugares con más guerras son aquellos donde hay menos fronteras».

Para un español, que tiene su última gran guerra asociada a cuestiones ideológicas, el terrorismo de ETA bastaría como ejemplo de la violencia que puede derivarse de un afán de frontera. Pero, para un francés, esta frase es una inmundicia antihistórica. Francia aportó cientos de miles de muertos y centenares de ciudades destruidas a las dos grandes guerras europeas causadas por el nacionalismo, es decir, por las fronteras y la voluntad de corregirlas. De eso se venía huyendo desde el 45. Contra eso aparecieron Mitterrand y Kohl agarrados de la mano en el memorial de Verdun. Contra eso, y a favor de la reconciliación con el «ennemi habituel», habló Mitterrand en su emocionante discurso de despedida ante el Parlamento europeo. Para que no sea un personaje residual como Le Pen, sino un supuesto prócer europeo, quien traiga ahora una voluntad de contracción en el mininifundio mental de las fronteras que las sociedades europeas convirtieron en las garitas desde las cuales odiarse: «La nación sosiega, la frontera apacigua», dice el nuevo Sarkozy. Que, por añadidura, legitima así los intentos a la catalana de partir Europa con huidas a la identificación particular que levantan fronteras nuevas justo cuando se trataba de hacer porosas las viejas. Francia creía en eso y de hecho fue una nación fundacional. Quiero pensar que Sarkozy no cree lo que dice pero miente para cautivar a un votante asustado, contraído, pegadito a la hoguera porque las sombras exteriores le dan miedo. Entonces es la sociedad civil francesa la que perdió su calidad y la que justifica las sospechas decadentes acerca de Francia.