Juan Carlos Girauta-ABC
- La guinda amarga de sufrir a los peores gestores de la pandemia resulta ya desesperante
Oigo por ahí que Holanda nos odia y que en Europa odian a Holanda. Veo por ahí que se ha impuesto el mote de «los frugales» para Países Bajos, escandinavos y austriacos. Los Frugales habría funcionado como nombre de banda de rock en los ochenta. Huelo por ahí, con perdón, el pedo que Josep Pla comparaba con el nacionalismo («a todo el mundo le huele mal menos al que se lo tira»). Sí, un inesperado e hilarante arrebato de patrioterismo conmueve los arrabales mediáticos de la izquierda. Con la calidad interpretativa que cabe esperar, enarbolan la rojigualda, venciendo su aprensión, los dispuestos a reconocer cualquier nación con tal de que no sea España, con tal de que merme a España.
Saboreo por ahí un dulzor vano, como de chuche, con el bochornoso espectáculo sanchista, cuyo único objetivo es sacudirse preventivamente el coste político de unas reformas inevitables. Con el tacto no me viene nada.
«Los Frugales» es más decoroso que «Los PIGS», aunque reconozco que Los Cerdos también habría causado su impacto como nombre de banda ochentera. Una cosa es cierta: lo de la cigarra y la hormiga aplicado a sur y norte de Europa ya cansa. Como León Felipe, sé todos los cuentos. Prefiero la historia verdadera de una España llena de hormiguitas laboriosas dispuestas a ahorrar para el invierno, pero condenadas, a diferencia de otros países con tantas cigarras y tantas hormigas como el nuestro, a un estructura rígida y dual del mercado laboral. La condena es tan implacable que, cuando por fin se hace algo para flexibilizar lo anquilosado, al PSOE no se le ocurre otra cosa que pactar ¡con Bildu! la completa derogación de esa reforma medio buena. Por mor de la severa condena, cada vez que llega una crisis nos plantamos en índices de paro escalofriantes. Índices que doblan por sistema la media europea. El empecinamiento en burocracias paralizantes y la asfixiante hojarasca normativa de un Estado compuesto que no acaba de definirse (pues tarde o temprano se necesitan los votos nacionalistas), hacen el resto. La guinda amarga de sufrir a los peores gestores de la pandemia resulta ya desesperante.
Parece casi seguro que Sánchez tendrá que acometer, le guste o no, reformas tan temidas como necesarias. Él que quería un billón y medio de euros en subvenciones para «el Sur», a no devolver y a no explicar. Nanay. El gasto público se verá sometido a controles incompatibles con el dadivoso neo peronismo de sus socios. Y las pensiones no se van a librar de reformas similares a las que en su día acometió el grupo Los Frugales. Queda por ver si el teatrillo patriotero de estos días le sirve de algo al Gobierno y el personal culpa de todo a la UE, a sus reglas en la toma de decisiones. Y si Iglesias también le da la vuelta a esto con algún referéndum interno, u otro truco de magia, dado que el fin supremo del chavismo es mandar sin más, no soltar el poder una vez se alcanza.