Pedro García Cuartango-ABC

La Administración es un monstruo ineficiente

Todavía es pronto para hacer un balance de la crisis provocada por la pandemia, pero una de las conclusiones que ya se pueden sacar es la debilidad de nuestro Estado y el mal funcionamiento de la Administraciones Públicas, sobrepasadas desde que el Gobierno decretó el estado de alarma.

Creíamos que, tras más de cuatro décadas de desarrollo democrático, habíamos conseguido una importante mejora de los servicios públicos y de la atención a los ciudadanos por parte del aparato administrativo del Estado. Pero esa impresión era un espejismo porque a lo largo de estos últimos cuatro meses hemos podido constatar fallos e ineficiencias más propios del Tercer Mundo que de una democracia moderna.

La gestión de la pandemia ha proporcionado un verdadero recital de errores, empezando por la incapacidad del Gobierno para prever las dimensiones de la amenaza que suponía el virus. Se reaccionó tarde y mal y faltaron mascarillas, test, respiradores y camas hospitalarias. Pronto quedó en evidencia que el eslogan de que teníamos el mejor sistema sanitario del mundo era pura propaganda. Solamente el esfuerzo individual de los médicos, las enfermeras y el personal sanitario contribuyó a paliar la magnitud del drama.

Mientras este colectivo hacía un esfuerzo a veces heroico, cientos de miles de funcionarios se quedaron en sus casas, mientras las sedes de los organismos del Estado permanecían cerradas. Trámites como solicitar la jubilación, obtener un certificado de defunción o cobrar el salario en un ERTE se volvían imposibles. Las puertas estaban cerradas y nadie se ponía al teléfono.

Este país ha sobrevivido sin la Administración Central del Estado, que, con la excusa de un teletrabajo imaginario, ha estado de vacaciones desde mediados de marzo. Y, mientras millones de trabajadores se veían obligados a acogerse a un ERTE, un alto porcentaje de empleados públicos -no todos- ha seguido cobrando sin hacer nada.

Cada uno que saque sus conclusiones, pero lo cierto es que la inamovilidad y los privilegios de los funcionarios son un anacronismo inaceptable. El pasado domingo, me contaba el secretario de un pueblo de Galicia que los cinco funcionarios municipales se habían negado a trabajar durante la pandemia, mientras todos los contratados acudían diariamente a sus puestos.

En la Seguridad Social de Miranda de Ebro, los funcionarios me indicaron que ni estaban allí para facilitar las gestiones ni tampoco para informar. Me instaron a dirigirme por correo a ese organismo. Así lo hice y obtuve en dos ocasiones una respuesta muy sencilla: que no podían contestar a mis preguntas. Sin atención telefónica, sin cita previa, sin posibilidad de consultar por escrito y con una web con insolubles problemas informáticos. Así funciona la Seguridad Social.

Sencillamente la Administración es un monstruo ineficiente, desconectado de la realidad y con un muro tecnológico disuasorio. Ya lo decía Willy Brandt: todo tiene solución en esta vida salvo la muerte y la burocracia.